martes, 10 de junio de 2025

Entrevista capotiana a Carlos de Miguel

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Carlos de Miguel.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Mi ciudad, Valladolid.

¿Prefiere los animales a la gente? Adoro a los animales, sin embargo, prefiero estar con gente. El placer de una buena conversación es insustituible.

¿Es usted cruel? Todo lo contrario. Me considero un bonachón.

¿Tiene muchos amigos? No muchos. Mis obligaciones familiares y laborales no me permiten cultivar amistades. Me quedan algunos, eso sí. Los buenos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que no te juzguen, y que te ayuden cuando lo necesites.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. Como tengo pocos, los conozco demasiado bien. Nada de lo que hagan me sorprende o me decepciona. Por eso son mis amigos.

¿Es usted una persona sincera? Casi siempre. Miento lo estrictamente necesario.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Paseando, leyendo y escuchando buena música o un podcast.

¿Qué le da más miedo? Muchas cosas, aunque eso no me convierte en un ser miedoso sino en una persona que conoce el mundo en el que vive. La enfermedad, la pobreza, la guerra…la lista es larga. Y por encima de todo la ignorancia y la estupidez humana. Quizá por eso me hice profesor.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La guerra y sus variantes, y lo que se hace para justificarla. Es escandaloso.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Sería lo que soy, profesor de historia. Y si no, divulgador histórico en formato libro (no solo podcast). Las ciencias sociales son mi vida, así que cualquier profesión relacionada con ellas.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Confieso que mi relación con el ejercicio físico es más bien contemplativa. Me gusta pasear, si acaso.

¿Sabe cocinar? Sí, aunque platos no demasiado elaborados. La tortilla de patata es mi especialidad.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Como amante de la historia, tengo en mente a infinidad de personajes que considero inolvidables. Si nos acercamos al imperio romano, que es el tema que más trato en mi oficio de escritor y divulgador, tengo a tres en mente: el emperador Constantino; su sobrino Juliano el apóstata; y el cronista, historiador y soldado Amiano Marcelino.  

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Justicia.

¿Y la más peligrosa? Cualquier palabra secuestrada (de las muchas que hay). “Paz”, “Derechos humanos”, “igualdad”, “libertad”… cualquiera de ellas pronunciada con la evidente intención de excluir a una parte importante de la sociedad resulta peligrosa. La perversión del lenguaje lleva, inevitablemente, a la tiranía.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Ocasionalmente, sí. Pero luego se me pasa.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Sueño con un punto de partida donde las zapatillas de correr no vengan ya con kilómetros de ventaja para algunos. Mis convicciones políticas, en cualquier caso, son como un buen vino: ganan complejidad con el tiempo y no todos logran apreciar sus matices.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Si pudiera ser otra cosa, me gustaría ser una persona sencilla, con pocos anhelos. Me dedicaría exclusivamente a mi familia y pasaría mi tiempo libre pescando, yendo al bar o arreglando mi casa de vacaciones.

¿Cuáles son sus vicios principales? Quizá mi principal vicio sea querer abarcar demasiado. Me involucro en escribir, tocar la guitarra, dibujar, leer y grabar al mismo tiempo, y a menudo siento que no llego a todo. No sé si esto se debe a desorganización o a un exceso de intereses. Lo que sí sé es que necesito aprender a descansar sin la sensación de estar perdiendo el tiempo.

¿Y sus virtudes? El trabajo y la disciplina. Me gusta madrugar y aprovechar el día (si dispongo de él) para escribir, leer, grabar mi podcast o dibujar. Es raro que un domingo esté dormido después de las siete de la mañana.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Sin duda, las imágenes de mi infancia. Recordaría a mis primeros amigos, mis descubrimientos con las primeras lecturas y películas, los veranos en el pueblo, mis abuelos...

T. M.