martes, 18 de julio de 2023

Entrevista capotiana a Begoña Quesada


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Begoña Quesada.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Me gustaría decir que en un sitio idílico, como una cabaña de montaña, o una playa sedosa. Pero no es cierto. Si no pudiese volver a salir de él, me gustaría vivir en el centro de una gran ciudad. Cerca de un parque frondoso y en un piso luminoso y aireado de un edificio con buenos vecinos (puestos a elegir).

¿Prefiere los animales a la gente? Por lo general, no. Pero depende de para qué y, además, hay gente que son como animales y animales que son como gente.

¿Es usted cruel? Defina cruel. No me deleito en el sufrir ajeno; al contrario. Sin embargo, reconozco que a veces puedo transmitir indiferencia o disfrutar de algún que otro pequeño plato frío. ¿No lo hacemos todos? Piense en la última vez que un conductor casi le hizo caer de la bici o tropezó con un patinete mal aparcado.

¿Tiene muchos amigos? Todos los que puedo. Pero un amigo, además de la suerte de encontrarlo, el kairos griego, necesita cultivo. Sé que algunos he perdido. Es el peaje de haber hecho muchas mudanzas.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Una vez que son amigos, las cualidades que tienen.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Sí. Y yo a ellos. Y sin embargo, seguimos siendo amigos. Nos decimos perdón, intentamos comprender, no juzgar y cuidarnos, hacerlo mejor la próxima vez. Y seguir navegando.

¿Es usted una persona sincera? Depende de la pregunta.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Con historias. Me gusta que me cuenten historias en el formato que sea, incluidos los artículos de prensa, los poemas, las canciones, los grafitis, las conversaciones y las ventanas de los edificios, los trenes y los coches, además de libros, películas y radio/podcasts. Con movimiento (deporte, bailar, viajar, andar). Con soledad deseada.

¿Qué le da más miedo? El vacío, en todos sus significados: la ausencia permanente de un ser querido; la pérdida de la memoria necesaria; la desaparición de la armonía; la inexistencia del amor, ajeno y propio. Una dosis de temor está bien, pero el dominio del miedo lo considero aterrador y contra eso lucho, también con mis libros.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Desde pequeña, al parecer, tengo un relé sensible para lo que considero injusto. La manipulación me sigue escandalizando bastante, pese a la época en la que vivimos, la negación de los hechos. El cinismo improductivo también es un lujo ante el que suelo rebelarme.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Aunque me dedicase a otras cosas, y lo he hecho, creo que siempre llevaría una vida creativa. Soy una persona creativa y eso se nota incluso en mi forma de cocinar. Siempre lo he sido y agradezco mucho a mis padres que cultivasen y permitiesen desarrollar esa parte de mí. Todo es más fácil si uno es creativo, es una regeneración continua, como las hojas de un aloe.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, a menudo. La bici es mi medio de transporte favorito, un invento fabuloso. Nadar, sumergirme en el agua siempre que puedo (Hannah Arendt decía que era una especie de hogar). Caminar y correr me ayuda a pensar mejor. Y más.

¿Sabe cocinar? Sé cocinar, sobre todo para mí y los míos, sé dónde está el toque que les da placer. No me gusta cocinar de forma rutinaria, me parece que está infravalorado, como muchas otras tareas que tradicionalmente han desarrollado las mujeres.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Le pediría Reader’s Digest que eligiesen ellos, dado que van a pagar. Si me obligaran a elegir, y dado que estamos en el mundo de la fantasía, diría que a Friedrich Nietzsche (pero posiblemente esto tiene que ver con razones personales por “Nacidos después de muertos”).

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Un nombre. De un sitio o de un ser. Por eso son los términos más tatuados sobre la piel de las personas.

¿Y la más peligrosa? Yo. Cuando la persona descubre que algo es personal, que le atañe, la aniquila, la engrandece o la hace especial, eso le da un poder casi sobrehumano, casi eterno, que la lleva a pintar un muro, tallar una piedra, escribir un verso, escalar una cumbre, empuñar un arma, besar, navegar un río, levantar la mano, tirar de la cuerda, cruzar el océano o apretar un botón.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, nunca. Puedo imaginar situaciones en las que quizá lo desearía. Puedo imaginarme situaciones en la que quizá haber matado a alguien habría ahorrado males mayores. Pero nunca he tenido el deseo propio de matar a alguien, afortunadamente.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Hablar de tendencias políticas en un momento en el que hay tanta polarización no me parece la mejor forma de definirme. Yo estoy siempre a favor del diálogo, de escuchar las propuestas y alternativas y de recabar la mayor información posible para tener una opinión formada, que a menudo no es ni instantánea, ni pública.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? ¿Cualquier cosa? Sería ritmo, música. Creo en el poder curativo de la música. Me imagino una reunión de enfadados hombres grises, como los de ‘Momo’ (Michael Ende), sentados alrededor de una mesa. Yo soy ritmo y los hago a todos sacudir los dedos dentro del zapato, agitar el pie bajo el tablero al mismo son. Mueven la rodilla, tamborilean sobre la mesa, se levantan, bailan juntos… Sin duda el final de la historia tiene que ser un acuerdo de paz.

¿Cuáles son sus vicios principales? No dormir lo suficiente, pensar demasiado, autocuestionamiento, duda… aunque quizás otro día te contestaría con vicios distintos.

¿Y sus virtudes? Disfrutar mucho de cosas sencillas, por las cuales estoy muy agradecida. Y ese agradecimiento se retroalimenta a mi alrededor y me regala nuevos disfrutes de más cosas sencillas. Es mágico.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Quiero pensar que lo primero que se me pasaría por la cabeza es intentar buscar soluciones a mi ahogamiento. Una vez me haya rendido, mis pies, mis piernas, mis manos, mis brazos, mi rostro: ha llegado el fin. El mundo sigue sin mí.

T. M.