Un cuento de Geoffrey Chaucer empezaba así: «En los viejos tiempos del rey Arturo, cuya fama todavía pervive entre los naturales de Gran Bretaña, todo el reino andaba lleno de grupos de hadas». Estas ya no existían en su época, escribía el autor inglés socarronamente, pero sí los caballeros adscritos a la corte del rey Arturo, como uno «joven y alegre» que un día que se dirigía montado en su caballo «a su casa después de haber estado dedicándose a la cetrería junto al río, se topó casualmente con una doncella que iba sin compañía y, a pesar de que ella se defendió como pudo, le arrebató la doncellez a viva fuerza.» En fin, una violación en toda regla.
La testosterona es omnipresente en los textos que generó el mito artúrico, lo que en la pequeña y gran pantalla ha usado con la fuerza de imágenes plenas de sensualidad. La última vez, en la película del 2021 “El Caballero Verde”, de David Lowery, que empieza con su protagonista, Gawain, en un burdel con la prostituta a la que ama, antes de embarcarse en una aventura de la que estuvo hablando, unos setenta decenios atrás, en 1953, J. R. R. Tolkien, en una conferencia en la Universidad de Glasgow que se puede leer en “Los monstruos y los críticos y otros ensayos” (Minotauro, 2007). El tema era, ciertamente, el poema “Sir Gawain y el Caballero Verde” (siglo XIV) en que el sacrificio y la lealtad alcanzaban cotas máximas. El pretexto para tal cosa era la amenaza del llamado Caballero Verde, que desafiaba a quien tuviera a bien enfrentarse a él. Gawain, sobrino del famoso rey de Camelot, será quien aceptará el reto.
Como se aprecia en el romance, en la conferencia de Tolkien, la Corte de Arturo y la mesa que presidía junto a su bella esposa Ginebra eran objeto de absoluta veneración. Distintos autores de la Alta Edad Media idealizarían la generosidad y buen juicio del personaje, convirtiéndolo en símbolo de la resistencia de los británicos frente a los sajones invasores. Y de esa tradición literaria partió la narrativa de Tolkien. Pero ¿cómo se interpretó su obra cuando empezó a publicarse? Una posible respuesta la tendría Clive Staples Lewis, que tantas conversaciones compartió con su compañero en la Universidad de Oxford, también deseoso de recuperar la verdad de los mitos antiguos a través de la invención de otros mundos nuevos. Así, en un trabajo de 1961 (en “De este y otros mundos”, Alba, 2004), este autor que se hiciera tan popular gracias a la adaptación fílmica de sus “Crónicas de Narnia”, no veía que el gusto infantil fuera homogéneo, sino que se trataba de un cliché falso, pues si por gusto infantil se entendiera la tendencia a la aventura y lo maravilloso, una grandísima parte de la mejor literatura de todos los tiempos ―los relatos mitológicos grecolatinos y nórdicos, la obra de Homero, “Las mil y una noches”, etcétera― no estaría pensada específicamente para el adulto sino para los más pequeños.
La verdad de los mitos
Así, el llamado «libro para niños» no existe, según Lewis, porque ni tan sólo en sus orígenes el cuento de hadas estaba concebido para ellos: «Como Tolkien ha señalado, fue arrinconado en el cuarto de los niños cuando dejó de estar de moda entre los adultos, como se hacía con los muebles pasados de moda». Cuando Lewis reseñó, en 1954, “La comunidad del anillo”, destacó cómo Tolkien creó, «con prodigalidad casi insolente, el mundo en que se desarrolla, con su propia teología y sus mitos, geografía, historia, paleografía, lenguas y diversas especies». Un mundo de criaturas extrañas que, sin embargo, iba a conmover a quien leyera la novela, añadía. Y a fe que ocurrió tal cosa desde que el autor empezó a idear un gran ciclo de mitos y leyendas que más adelante se publicaría con el título de “El Silmarillion”. Esta obra, aparecida póstumamente por medio del hijo del autor, Christopher Tolkien, en 1977, contaba la creación de diversos personajes de la Tierra Media e incluía historias breves que servían de marco de referencia histórico para “El hobbit” y “El señor de los anillos”, ambas obras en el “top ten” de las más vendidas de todos los tiempos, con más de cien millones de ejemplares vendidos.
El cuento “El Hobbit” se había publicado en 1937 y, en 1954, el primer volumen de “El Señor de los Anillos”, que no necesita presentacion y que llevó a la gran pantalla Peter Jackson, convirtiendo la novela en una trilogía que fue apareciendo a comienzos de este siglo. Era la guinda para la popularidad del que nació bajo el nombre de John Ronald Reuel Tolkien, el 3 de enero en Bloemfontein, en el Estado Libre de Orange. Del clima este país, establecido en el siglo XIX y que luego se convertiría en una provincia de Sudáfrica, se hartó la madre del futuro autor, y en 1895, la familia regresó a Inglaterra. Pero al poco murió el padre de Ronald, a causa de unas fiebres reumáticas, y en 1904 la madre, lo cual hizo que y el muchacho y su hermano quedaran a cargo del padre Francis Morgan, un sacerdote del Oratorio de Birmingham.
De algún modo, la pulsión literaria de Tolkien nació en la adolescencia, cuando como estudiante del King Edward’s School se interesó por el estudio de las lenguas, lo que sería clave para que más adelante inventara sus propios idiomas. No mucho después, tras graduarse en Oxford en 1915 con un sobresaliente en Inglés, le esperarían dos experiencias que marcarían su vida entera: la Primera Guerra Mundial, en la que participó como teniente en los Lancashire Fusiliers –además, en 1916 combatió en la batalla del Somme, pero cayó víctima de la fiebre de las trincheras y fue devuelto a casa como no apto para el servicio– y su matrimonio, que duró 56 años, con Edith Bratt, con la que tendría cuatro hijos. Ella murió en 1971, y su marido el 2 de septiembre de 1973, tras una breve enfermedad.
La creación de un mundo propio
La vida laboral de Tolkien transcurrió en Oxford, primero como profesor de anglosajón y luego como profesor de lengua inglesa y literatura, y allí pudo estudiar la época medieval e idear su mundo propio, el cual siempre está de actualidad editorial gracias a la labor de la editorial Minotauro. Precisamente, en estos meses se han preparado varios libros del escritor, como “Finn y Hengest”, la historia de dos héroes del siglo V reconstruida por Tolkien a partir de un texto clásico de la literatura inglesa como es el “Beowulf”, y que lleva al lector a una tragedia llena de venganza, sangre y muerte. Por otra parte, se reedita la segunda parte de la saga de Tolkien, que nos devuelve la idea de W. H. Auden: «Ningún escritor del género ha aprovechado tanto como Tolkien las propiedades características de la Misión, el viaje heroico, el Objeto Numinoso, satisfaciendo nuestro sentido de la realidad histórica y social.
También
tenemos a nuestra disposición “El regreso de Beorhtnoth”, un drama poético que parte de
“La batalla de Maldon”, del que sólo se conserva un fragmento de 325 versos y
sobre el que los estudiosos afirman que es el poema en inglés antiguo que más
influyó en la ficción de Tolkien, además del “Beowulf”. Se presenta, pues, por
primera vez la traducción de Tolkien de este poema junto a “El regreso de
Beorhtnoth”, un diálogo dramático en verso que imagina las secuelas de la
batalla, todo lo cual se complementa con varios ensayos y conferencias de
Tolkien sobre la versificación en inglés antiguo. Por último, aparece “Caída de Númenor”, una nueva crónica de la llamada Segunda
Edad de la Tierra Media, cuyos diversos textos ha reunido el editor Brian
Sibley, con nuevas ilustraciones en acuarela y lápiz de Alan Lee.
Publicado en La Razón, 2-IX-2023