Pero
cualquier novedad wagneriana, diríase que durante décadas, quedará eclipsada
por este mastodóntico, definitivo estudio del estadounidense Alex Ross, que en «Wagnerismo. Arte y política a la sombra
de la música» (traducción de
Luis Gago) logra iluminar cada faceta del astro alemán de manera impresionante.
Y además desde la perspectiva, tan oportuna, de cómo ha ido influyendo, hasta
para bien y para mal, en la política, el arte, el cine, la literatura… Este crítico
musical del “New Yorker” parece
no haberse dejado nada en el tintero: la relación con Nietzsche, el Wagner de carácter
“esotérico, decadente y satánico”, el feminista y gay, el que fue idolatrado
por algunos de los mejores escritores del siglo XX, y por supuesto el músico
antisemita aparecen en una oleada de prosa absorbente, de gran músculo
narrativo.
No cabe
olvidar que en 1850 publicó Wagner de forma anónima el panfleto antisemita «El
judaísmo en la música», y de hecho los orígenes personales del antisemitismo de
Wagner son similares a los de Hitler. El músico definió a los judíos «como
incapaces de toda creación artística y, por añadidura, como elementos de
corrupción del arte alemán y responsables de su decadencia». Idea que retomará el
Führer para «Mi lucha». Así, en el Festival de Bayreuth de 1925, dijo que «la
obra de Wagner engloba todo aquello a lo que aspira el Nacionalsocialismo».
Ross no puede elegir mejor inicio que el justamente dedicado a explicar su
legado intelectual y artístico, a partir del día de su muerte: “Cinco mil
telegramas fueron enviados al parecer desde Venecia en un lapso de veinticuatro
horas”. La noticia había viajado hasta Nueva Zelanda al instante. No en balde,
acababa de morir, como dijo Thomas Mann, «probablemente el mayor talento de
toda la historia del arte».
Publicado en La Razón, 23-X-2021