Todo
en este libro, original de 1984 y traducido por Miguel Martínez-Lage, nos evoca
tiempos muy lejanos. Por medio de tres conferencias, Eudora Welty rememoró en
la Universidad de Harvard su infancia en el Mississippi de las primeras décadas
del siglo XX; dividió sus recuerdos con títulos estimulantes: «Escuchar»,
«Aprender a ver» y «Encontrar una voz», pero su visión de la literatura surge
al hilo de anécdotas demasiado personales. Detalla cómo era su casa, llena de
relojes –«Nuestra mentalidad la dominó el tiempo»–, su obsesión por el clima y
los libros de la biblioteca de sus padres. Y luego, se demora en contar que a
los cinco años se sabía el alfabeto entero, que las profesoras del colegio no
admitían errores gramaticales y que la bibliotecaria era inflexible.
Todos
estos apuntes insustanciales continúan con la segunda conferencia, dedicada a
los viajes en coche que hacía con sus padres para ver a los abuelos en Virginia
Occidental y Ohio. La que habla es ya una anciana de setenta y cinco años. Se
entiende esta mirada ensimismada y letárgica de alguien que quiere recordar
cada pedazo de una vida que puede estar acabándose (aunque murió con 92 años);
otra cosa distinta es pretender que esas pequeñeces pudieran despertar la
atención de los profesores y alumnos bostonianos. En cualquier caso, Welty
consigue encarar mejor la tercera parte: dice que el escritor tiene un mundo
interior y un mundo exterior, habla de su trabajo como publicista y comenta
varios de sus escritos.
Publicado
en La Razón,
7-VI-2012