martes, 18 de febrero de 2025
"Mecanismos gélidos: literatura, arte, historia y viajes italianos" en el suplemento de libros "Abril"
lunes, 17 de febrero de 2025
Entrevista capotiana a Ángeles Doñate
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ángeles Doñate.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Aquel en el que vivieran personas que quiero y
me quieren, en armonía y con alegría. Así que a partir de ahí…
¿Prefiere los animales a la gente? ¡No! He
vivido rodeada de animales y plantas, ¡me gusta convivir con ellos!, me
preocupa el trato que reciben muchas veces… creo que deberíamos convivir en
armonía y con respeto. Pero si he de elegir, una persona va por delante.
¿Es usted cruel? No. Creo que si vemos a los
demás como iguales, personas con sus sentimientos y su historia, es difícil
serlo. Así trato de ver a los otros, como iguales diferentes.
¿Tiene muchos amigos? Me gusta pensar y
sentir que sí y que, a la vez, muchas personas me consideran su amiga.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? La bondad, no como
acto de ingenuidad ni tontura, sino esa bondad luchada, esforzada, consciente.
La lealtad, que no tiene que ver con algo ciego sino más consciente, y la
valentía, acompañándola. Y en otro orden de cosas, que amen la vida, que tengan
pasiones aunque no coincidan con las mías, que sean curiosos, imaginativos y
buenos conversadores o escuchadores.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Procuro
juzgar lo menos posible y, cruzo los dedos, espero ser poco juzgada. Desde el
corazón y la mirada abierta, es difícil que las personas te decepcionen. Todos
cometemos errores o tomamos decisiones que no todos comparten. Confío en mis
amigos, en su buena intención y hacer, valoro su libertad y que tengan
personalidad, así que… algunas veces hacen cosas, opinan o deciden diferente a
mí.
¿Es usted una persona sincera? Tan
sincera como puedo. Pero así como tengo claro que no soy cruel, alguna vez he
mentido como lo hemos hecho casi todos por motivos bien diversos, desde el
miedo al deseo de no hacer daño.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Entre historias
–leyendo, escribiendo, yendo al cine, en una buena conversación-, al aire libre
o viajando, alrededor de una taza de té conversando con gente conocida… ¡hay
tantas maneras de sacar provecho al tiempo!
¿Qué le da más miedo? La
violencia irracional, a pequeña o gran escala. Esa capacidad de odio que se
esconde en algunos seres humanos que les lleva a provocar dolor a otros, sin
más. En un orden más cotidiano, la soledad no elegida, que viene de la pérdida
de seres queridos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Que un ser humano esclavice a otro, lo maltrate, lo
considere un objeto.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? De hecho, en mi vida, la
escritura ha ido paralela con otros trabajos como el de periodista o educadora,
así que no he podido dedicarme en exclusiva. Supongo que esos dos oficios me
cuadran. También me hubiera gustado trabajar en un museo, en una biblioteca, en
una editorial… ¡todo alrededor del mundo de la cultura y con gente!
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Poco y
eso, con los años, empiezo a ver que ha sido un error.
¿Sabe cocinar? De supervivencia. Me gusta pero no le
he dedicado tiempo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Depende del día, del
año, de la época de mi vida. Difícil elegir uno. Si pienso en inolvidable para
mí, hoy escojo a mi padre, que murió cuando yo era adolescente, que me
introdujo en el mundo de los libros y la lectura.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Me gusta muchísimo la misma palabra esperanza, que la
contiene toda. Pero elijo la palabra apapacho –una palabra náhuatl- que tiene
que ver con abrazo de verdad, dado con el corazón, una caricia para el alma.
Creo que en los brazos que acogen a otro, lo consuelan, le agradecen, lo
protegen… cabe toda la esperanza de un mundo diferente. El abrazo de la madre,
del amigo o de la compañera, del amante, del abuelo… el que damos felices, el
que damos tristes, el que damos asustados… entre esos brazos abiertos cabe toda
la esperanza entre esos brazos.
¿Y la más peligrosa? Odio.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Hasta el
momento, no. Al menos, conscientemente.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? La humanidad en el centro: procurar el bien de esta. Creo en la justicia,
en el respeto y en la solidaridad. La educación como camino de futuro y la
democracia como el mejor de los sistemas hasta ahora ejercido.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Aire o estrella… ¡amo el cielo! Y si te refieres a otra persona… quizás una
mecenas del siglo XIX, rica, enamorada del arte, organizadora de tertulias…
rodeada de artistas y de paz en el campo. Que dispusiera de tiempo para cultivar
muchas artes y de recursos para apoyar a muchos artistas.
¿Cuáles son sus vicios principales? ¿Más allá del dulce,
de leer compulsivamente y de dormir? Seguramente la falta de constancia en
muchos campos, el dejar para más adelante, la impuntualidad. ¡Todos tienen que
ver con el tiempo! No nos llevamos muy bien…
¿Y sus virtudes? Preferiría
que fueran otros quienes las dijeran pero supongo que saber escuchar y saber
ser buena conversadora, la empatía y no aferrarme demasiado a objetos y
opiniones sino ser capaz de ceder con elegancia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? No tengo ni idea
pero si pudiera elegir, trataría de irme al principio: cuando era niña, la vida
brillaba aún por estrenar, todo parecía un cuento al alcance de la mano.
Recordaría el cariño de mi casa, las pilas de libros leídos, los juegos con mis
amigas en el patio, las bicis en el verano, los bailes bajo la carpa con la
orquesta… me gustaría volver al principio y despedir en círculo la vida,
rodeada de personas que me quisieron y a quien yo quise.
T. M.
domingo, 16 de febrero de 2025
Un artículo sobre el Bar Vint-i-quatre, Barcelona
sábado, 15 de febrero de 2025
Entrevista capotiana a Arantxa Rufo
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Arantxa Rufo.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? La respuesta a esa pregunta cambia con cada
viaje que hago. ¿La más actualizada? Asturias: buena gente, buena comida,
buenos paisajes…
¿Prefiere los animales a la gente? Los
animales. Ya me gustaría poder decir lo contrario, pero los animales me han
demostrado a lo largo de toda la evolución que son más de fiar que el ser
humano.
¿Es usted cruel? No, todo lo contrario.
Llevo muy mal cualquier muestra de crueldad. A veces peco de ser demasiado
empática. Eso sí, mi yo escritora es otra cosa.
¿Tiene muchos amigos? Contaditos
con los dedos de una mano, y aún me sobran dedos, por si alguien quiere
torturarme.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Respeto,
confianza, lealtad. Nada tan raro.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Antes de
aprender a contarlos con los dedos de una mano, sí. Ahora “amigo” es un término
que utilizo con mucho cuidado.
¿Es usted una persona sincera? Con
matices. Si una verdad hace daño y no se gana nada con ella, prefiero el
silencio.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leer, por
supuesto. Aunque también me gustan los videojuegos y pasar tiempo con mis
(poquitos) amigos.
¿Qué le da más miedo? Perder la
cabeza cuando llegue a la vejez, el alzhéimer, la demencia. Son enfermedades que
me aterrorizan.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Volviendo a tu pregunta anterior, me escandaliza la
crueldad.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Seguiría en mi trabajo en
una empresa de informática, que no deja de ser una vida creativa, al fin y al
cabo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Todo el
que puedo, sí. Lo necesito para liberar la mente. Hago pilates, actividades
aeróbicas, camino…
¿Sabe cocinar? Sí. ¿Me gusta cocinar? No.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A la
señorita Havisham. Me fascina ese personaje, su forma de ser, cómo está
descrita, su pasado, su presente, su actitud. Es un personaje que no he podido
olvidar desde que leí Grandes
esperanzas, así que encaja a la perfección en el requisito del
Digest.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Sueño.
¿Y la más peligrosa? Yo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? De ahí
nació mi primera novela, así que sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? De
izquierdas. Centro izquierda, como mucho.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Estrella
del rock, pintora excéntrica, astronauta, criadora de vacas, la vida es sueño.
¿Cuáles son sus vicios principales? La soledad.
¿Y sus virtudes? Quiero creer que mi
principal virtud es el respeto hacia los demás, pero no soy yo quien debe
responder a esta pregunta.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Bueno, se
supone que te pasa la vida entera, ¿no? Me pasarían recuerdos de infancia, tardes
leyendo en mi habitación, conciertos con mi pareja, mi primera novela, la
última, un abrazo con mi madre, un corazón roto varias veces. La vida.
T. M.
viernes, 14 de febrero de 2025
La filosofía como historia de la superación
jueves, 13 de febrero de 2025
Entrevista capotiana a Natalia Gómez Navajas
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Natalia Gómez Navajas.
Si tuviera que
vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Aunque echaría de menos el mar, me quedo con mi tierra. Logroño es una
ciudad muy cómoda para vivir. Tiene una extensa oferta cultural, de ocio y a
dos pasos de la ciudad, en cualquiera de las direcciones que te muevas, te
topas con la naturaleza en estado puro.
¿Prefiere los animales a la
gente? No, me gustan mucho, pero nunca estarían por encima de la
gente.
¿Es usted cruel? Creo que no, y si alguna vez lo he sido, nunca a propósito.
¿Tiene muchos amigos? Sí, aunque tengo muchos más
conocidos, pero creo que soy afortunada con la gente que me rodea.
¿Qué cualidades busca en sus
amigos? La sinceridad, algo que quiero en toda la gente que tengo junto a mí. A
todas las personas no puedes pedirles lo mismo. Algunas son buenas dando
consejos, otras están ahí ante cualquier adversidad, otras son ideales para
divertirse. Cada persona tiene su cualidad y no puedes pedirle la que no posee.
¿Suelen decepcionarle sus
amigos? No. Por regla general, cuando alguien te decepciona es porque le has dotado
de unas características que no dispone y cuando te das cuenta surge la
decepción. Si intentas conocer a la persona sin idealizarla, la verás siempre
como es en realidad.
¿Es usted una persona
sincera? Lo intento, la mentira no llega a ningún lado. Te obliga
a tener una gran memoria. Otra cosa es que no lo diga todo. A veces, callarte
es la mejor opción.
¿Cómo prefiere ocupar su
tiempo libre? Leer, pasear, los viajes en moto con Juan, mi marido..., hay muchas
opciones.
¿Qué le da más miedo? Perderme. Hace años me encontré. Igual parece egoísta, pero hoy en día voy
delante de cualquiera que me rodea. Decidí cuidarme, pensar en mí, quererme
primero para que los demás me pudieran querer y aceptarme tal y como soy y para
poder amar yo. A veces, temo que mi conciencia se extravíe, aunque espero que
no ocurra.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La mentira, el despotismo y el nepotismo. Lo poco que vale hoy en día la palabra dada.
Si no hubiera
decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Soy escritora por afición. Hasta el momento, no me gano la vida con la
Literatura y no sé si ocurrirá algún día, aunque no me importaría que
sucediera.
¿Practica algún tipo de
ejercicio físico? Tengo un estudio de Yoga y pilates. Imparto las clases y
las realizo casi a diario. El esquí me encanta, pero no lo practico tanto como
me gustaría.
¿Sabe cocinar? Sí, igual está mal que lo
diga yo, pero los que han probado mis platos siempre repiten. Me encanta
cocinar, me imagino los sabores de los alimentos e intento fusionarlos para
crear ese bocado casi perfecto.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno
de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Emilia Pardo Bazán, por su
empeño en acabar con la desigualdad educativa.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Futuro.
¿Y la más
peligrosa? Prohibido.
¿Alguna vez ha querido matar
a alguien? No, aunque en mis novelas no me tiembla la mano a la hora de acabar con un
personaje.
¿Cuáles son sus tendencias
políticas? Apuesto por todo lo que conlleve el bienestar social y el divulgación
cultural sin dejar de lado el impulso económico, en la que cada persona tenga
la posibilidad por sus propios medios de labrarse un futuro.
Si pudiera ser otra cosa,
¿qué le gustaría ser? De niña soñaba con ser
arqueóloga.
¿Cuáles son sus vicios
principales? A lo largo de los años, he intentado soltar los vicios que pudiera tener,
ya que éstos te esclavizan.
¿Y sus virtudes? La generosidad y la
honestidad.
Imagine que se está
ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Quizá lo que todavía no me
ha dado tiempo de hacer.
T. M.
miércoles, 12 de febrero de 2025
Un artículo sobre el Café de París, en Barcelona
martes, 11 de febrero de 2025
Entrevista capotiana a Ariadna G. García
lunes, 10 de febrero de 2025
Carmen Martín Gaite: Caperucita nunca estuvo en Manhattan
Llevar la realidad social e histórica a la literatura, después de un periodo oscuro de guerra y miseria para nuestro país, fue la intención de muchos de los narradores españoles que empezaron a publicar a partir de los años cincuenta. Unos pocos –Camilo José Cela, Miguel Delibes, Juan Antonio de Zunzunegui– habían destacado en la década anterior entre una mediocridad literaria que, de pronto, iba a cambiar a raíz de la aparición de la llamada «generación del medio siglo». Se trataba de un amplio y memorable grupo de novelistas entre los que se hallaba la joven salmantina Carmen Martín Gaite, licenciada en Filosofía y Letras y nacida, como Luis Martín-Santos, Ignacio Aldecoa, José Manuel Caballero Bonald, Jesús Fernández Santos, Juan Benet, Rafael Sánchez Ferlosio o Juan García Hortelano, en los años veinte.
El hecho de que las letras de estos escritores conjugaran diferentes influencias venidas de la filosofía de Jean-Paul Sartre, de la novela francesa o del cine neorrealista italiano son datos que permanecen, fríos y distantes, en los manuales de literatura. Porque lo cierto es que, con independencia de ciertas afinidades ideológicas, enseguida se advirtieron dos cosas: en primer lugar, que entre aquellos amigos agrupados en torno a la «Revista Española» y a las universidades de Salamanca y Madrid, había plumas de gran talento por encima de contextos socioculturales, y en segundo lugar, que las escritoras iban a abordar la literatura con mayor sutileza e intimismo, esto es, profundizando más en las pequeñas vidas de mujeres incapaces de comunicarse dentro de una sociedad en la que no encajaban. Y el mejor ejemplo de ello fue Martín Gaite (nacida el 8 de diciembre de 1920).
Al igual que otras precoces autoras de la época como Carmen Laforet y Ana María Matute, Martín Gaite, ya casada con Sánchez Ferlosio, del que se separó en 1970 y con el que tuvo una hija, comenzó pronto a publicar y obtener prestigiosos premios: el Café Gijón, con los cuentos de «El balneario» en 1955, y el Nadal en 1957 con la novela «Entre visillos», dos radiografías de una España provinciana y triste con un estilo llano y común que jamás abandonaría. A estos libros, a su obra de teatro «La hermana pequeña» (1959) y a la recopilación de cuentos «Las ataduras» (1960) les sucedió una creación dominada por el deseo de ahondar aún más en los aspectos psicológicos de todos sus personajes femeninos, como en «Ritmo lento» (1963), «Retahílas» (1974), «Fragmentos de interior» (1976) y «El cuarto de atrás» (1978), Premio Nacional en la primera ocasión en que lo obtenía una mujer.
Lluvia de éxitos
Pero Martín Gaite siempre será recordada, además de por su inseparable boina parisiense, por haber literaturizado los problemas más íntimos de la mujer contemporánea, desde sus relatos iniciales hasta sus últimas novelas, «Lo raro es vivir» e «Irse de casa», donde la huida y el retorno a lo provinciano recuerda alguna de sus páginas de mediados del siglo XX. En fin, el lector, dada la dupla de aniversarios que acontecerán este 2025 (centenario de su nacimiento y un cuarto de siglo desde su muerte), podrá descubrir o redescubrir la obra de una escritora por medio de todos los libros citados o por una novedad que se lanzó, por parte de la editorial Anagrama, en 2023: «A rachas. Poesía reunida».
Publicado en La Razón, 8-I-2025
domingo, 9 de febrero de 2025
Entrevista capotiana a José Luis García Sánchez-Blanco
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Luis García Sánchez-Blanco.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir
jamás de él, ¿cuál elegiría? Colmenar Viejo. Solía vivir en Madrid, pero tuve
un problema de salud y el médico me recomendó que me mudara a un sitio más
tranquilo y que se respirara mejor. Es una ciudad pequeña, a 33 km de Madrid,
pero está a los pies de las montañas, tiene todos los servicios que puedas
necesitar, los vehículos se detienen cuando te acercas al paso de cebra, y no
ha perdido el espíritu de cercanía que te ofrece una localidad relativamente
pequeña.
¿Prefiere
los animales a la gente? No. Creo que es precisamente la relación con las personas lo
que da más sentido a la vida, pero eso no necesariamente implica que debamos
tener miedo a estar solos.
¿Es
usted cruel? No. Ni siquiera soy capaz de entender la crueldad.
¿Tiene
muchos amigos? Sí. He tenido la suerte de cruzarme en la vida con
personas excepcionales, que a su vez se convirtieron en amigos excepcionales.
Con muchos de ellos no hablo tan a menudo como me gustaría, pero nos
acompañamos y sabemos que podemos contar el uno con el otro. Algunos de ellos
nos han dejado, pero incluso esos están presentes, de alguna manera.
¿Qué
cualidades busca en sus amigos? Calidad humana, bondad,
empatía, ternura, alegría, cercanía… Si a eso le añades un alineamiento de
valores, un toque de personalidad y una chispa de sentido del humor, tienes
ante ti una fórmula casi mágica. Pero cada ser humano es un mundo, con sus
luces y sombras. La verdadera clave de la amistad está en abrazar a la persona
tal y como es, sin pretender moldearla a nuestros deseos, aceptando su esencia
con el corazón abierto. En esa aceptación genuina se encuentra el verdadero
significado de compartir la vida con otros.
¿Suelen
decepcionarle sus amigos? No. A veces la vida nos lleva por caminos diferentes, y
las distancias se hacen presentes, ya sea física o emocionalmente. Pero más que
verlo como una decepción, lo entiendo como parte del flujo natural de las
relaciones humanas. Las personas evolucionamos y no siempre crecemos en la
misma dirección. Sin embargo, eso no quita el valor de los momentos
compartidos. Cada amistad deja una huella y prefiero recordar lo que fue
enriquecedor en lugar de enfocarme en lo que pudo faltar.
¿Es
usted una persona sincera? Sí, aunque a veces no sea muy directo. La sinceridad, para
mí, no solo significa hablar con franqueza, sino también hacerlo desde un lugar
de respeto y consideración por los sentimientos del otro. Intento ser todo lo
sincero que puedo, pero también trato de que mi honestidad refleje mi intención
de cuidar las relaciones y aporte algo positivo.
¿Cómo
prefiere ocupar su tiempo libre? Dedicándolo a escribir y a disfrutar de
las personas que quiero.
¿Qué
le da más miedo? No sabría responder a esta pregunta… pero sí hay una cuestión
que me genera una profunda inquietud: la muerte. Es imprevisible, y siempre nos pilla a destiempo.
¿Qué
le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Nuestra limitada capacidad para
ponernos en la piel del otro.
Si
no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? He tenido la suerte de escribir
y vivir muchas vidas. Algunos de mis mejores años los pasé realizando proyectos
de desarrollo en varios países.
¿Practica
algún tipo de ejercicio físico? Paseo dos veces al día, a veces
acompañado. No lo considero solo un ejercicio físico, sino también un espacio
para cuidar la mente.
¿Sabe
cocinar? No, pero tengo la suerte de compartir mi vida con una mujer que cocina
maravillosamente.
Si
el Reader’s Digest le
encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a
quién elegiría? A mi padre. Era excepcional.
¿Cuál
es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? “Adelante”, porque
cuando nos quedamos atrapados en nosotros mismos o anclados en el pasado,
cerramos la puerta a la esperanza.
¿Y
la más peligrosa? Elijo dos palabras: “me rindo”. Cuando bajamos los brazos, algo en nosotros se apaga. Renunciamos
no solo a un objetivo, sino también al derecho de equivocarnos y volver a
intentarlo.
¿Alguna
vez ha querido matar a alguien? Nunca.
¿Cuáles
son sus tendencias políticas? Creo en la importancia de escuchar, de comprender las
múltiples aristas de cada realidad y de evitar las respuestas simplistas a
problemas complejos. No me siento cómodo en etiquetas cerradas; prefiero el
debate sereno, el pensamiento crítico y la posibilidad de encontrar puntos de
encuentro entre visiones distintas. Más que adherirme a una tendencia política
concreta, me interesa el diálogo honesto y la búsqueda de soluciones que
dignifiquen la vida de las personas.
Si
pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Director de trenes
en la Estación del Norte de Madrid. Eso era lo que le decía siempre a mi madre
cuando era pequeño. Ahora entiendo que me fascinaba la idea de orquestar un
mundo donde cada tren, cada viaje, cada historia tuviera su propio destino y su
propio tiempo. Quizá, en el fondo, lo que deseaba era ser el guardián de esos
momentos de partida y regreso, de encuentros y despedidas, de promesas que se
hacen al subir a un tren y de nostalgias que quedan en el andén. Con los años
comprendí que la literatura, de algún modo, también es eso: una estación donde
los personajes llegan y parten, donde las palabras conducen al lector por
paisajes desconocidos, donde el tiempo se detiene y, al mismo tiempo, avanza
sin tregua.
¿Cuáles
son sus vicios principales? Atesorar libros y papeles, como si en cada hoja impresa
se escondiera un pedazo de tiempo que no quiero dejar escapar. Acumulo más
libros de los que podría leer en varias vidas, subrayo frases con la certeza de
que algún día volveré a ellas, y escribo notas en los márgenes que luego se
convierten en pequeños enigmas para mi yo futuro. Guardo recortes, cartas
antiguas, anotaciones sueltas que, en su caos, trazan un mapa de mis
pensamientos a lo largo de los años. Quizás sea una forma de resistencia contra
el olvido, un intento de capturar lo efímero antes de que desaparezca. O tal
vez, simplemente, un vicio incurable de quien encuentra refugio en las palabras
y en las huellas que dejan.
¿Y
sus virtudes? La paciencia, no solo como espera, sino como una forma de
mirar el mundo sin urgencia, de comprender que todo tiene su tiempo y que
algunas respuestas solo llegan cuando aprendemos a escuchar el silencio. Y
recordar a quienes me quieren, no solo en la memoria, sino en la presencia: en
un gesto, en una llamada inesperada, en el cuidado de los detalles que
sostienen los afectos.
Imagine
que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían
por la cabeza? Casi me ahogué una vez. Tenía once años y la corriente me
arrastraba sin que mis fuerzas pudieran contenerla. Recuerdo la desesperación
de no encontrar un punto de apoyo, y también el instante en que mi padre me
sujetó y me trajo de vuelta. Si me volviera a pasar, quizás vería su rostro de
nuevo, pero esta vez desde el otro lado, esperándome. Tal vez vería también a
mi hijo Juan, que partió demasiado pronto, y a quien tantas veces he querido
abrazar en sueños. Y, al mismo tiempo, me alcanzaría la voz de mi mujer,
llamándome desde este mundo, anclándome a la orilla de la vida con la sola
fuerza de su presencia.
T. M.