jueves, 27 de septiembre de 2012

El escritorio viajero de Lorca


Detrás del título de esta novela de la agasajada internacionalmente Nicole Krauss –mujer joven, neoyorquina y talentosa, es decir, perfecta para la mercadotecnia editorial– se esconde una referencia que conecta con las propias raíces judías de la autora. «La Gran Casa» remite a una escuela rabínica fundada en tiempos romanos y a la destrucción del Templo de Jerusalén. Pero más bien, una vez leída la novela, deberíamos referirnos al «gran escritorio», pues este es el leitmotiv de las cuatro historias que se despliegan en paralelo y que tienen como protagonistas a una escritora solitaria que ha conservado el mueble durante veinticinco años, a un hombre viudo israelí frustrado con uno de sus hijos, al marido de una neurasténica escritora y a una estudiante de Oxford enamorada de un muchacho de ascendencia húngara.

Todos estos personajes estarán marcados por las idas y venidas de ese escritorio de diecinueve cajones, que dicen podría ser de García Lorca, de forma tan tierna como obsesiva, y que es regalado, reclamado, perseguido; en torno a ello se abre un relato emotivo y dramático, de grandes virtudes psicológicas. Porque Krauss no es sólo la chica de moda de turno de las letras americanas; es una gran escritora; la ambiciosa estructura de esta novela, su arriesgada apuesta por un buen número de personajes que abordan tiempos y espacios tan diferentes como la dictadura de Pinochet, el periodo nazi, la Nueva York y Jerusalén modernas o el Londres académico, indica cómo «La Gran Casa» busca abordar la totalidad de lo humano visto desde los prismas de la herencia y la memoria.

Así lo ha manifestado ella en alguna entrevista. El problema es que, después de una primera parte fenomenal, el tono elegíaco y nostálgico se vuelve retórico y la intensidad decrece. Es repetitivo, asimismo, algo que se recrea a menudo con brillantez pero de lo que se acaba abusando: el peso de la lectura y la escritura en los personajes, casi todos con instinto literario o delicadamente cultos, siempre adorando ese escritorio como un tótem, como si fuera la salvación o la justificación de sus vidas.

Publicado en LaRazón, 27-IX-2012