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La bondad ante todo
Cada
día que pasa, aquel hombre forjado en mil oficios que se consagró a escribir, a
observar la naturaleza, a vivir dos años y dos meses en una cabaña frente a la
laguna de Walden Pont, en Concord, es más consolador y estimulante. El
traductor Antonio García Maldonado y los editores de Errata Naturae han hecho
un trabajo espléndido trayendo al castellano, con un prólogo y aparato de notas
excelentes, este conjunto de misivas que Thoreau envió a su amigo Harrison G.
O. Blake, al que había conocido en casa de R. W. Emerson y con el que
compartirá excursiones y se carteará entre 1848 y 1861, año de la muerte del
autor de «Desobediencia civil».
Unas cartas de un maestro a
su discípulo, aunque Thoreau y su admirador casi tuvieran la misma edad y una
misma formación en Harvard. Se aporta la única epístola de Blake que se
conserva, donde éste interpreta maravillosamente las intenciones y el talante
de aquel que se definió como «inspector de ventiscas y diluvios». Thoreau, por
su parte, habla de su creencia en la simplicidad y autoconfianza, de la bondad
propia como el mejor ejemplo de cara a los demás. Su propuesta de mirar la vida desde su esencia,
eliminando las necesidades autoimpuestas, se abre paso con una inteligencia y
belleza conmovedoras y, al cerrar el libro, nuestra alma ha logrado una
plenitud que no tenía antes.
Publicado en La Razón,
11-X-2012