Oír las
gaitas en plena calle, y luego una voz cantando un estándar irlandés, y desear
volver a Dublín, es uno. La bonhomía, y los literatos, y los pubs, y la
melancolía: todo es una mezcla en el corazón, que en su reminiscencia nos lleva
a aquellas lloviznas, a aquellos paseos de la juventud. Una Guinness en la
mano, y el recuerdo de un pasado irlandés lejano y perfecto, un presente
poético permanente gris de cielo y verde de hierba: y entonces toda la vida
cabe en esa sensación de plenitud de música y ternura, de fraternidad y
nostalgia.