domingo, 31 de marzo de 2013

La sobrina psicoanalista de Napoleón


El inventor del psicoanálisis, Shakespeare, encontró en Sigmund Freud a su codificador; el psicólogo había leído al poeta en inglés desde joven, y se convertiría sobre todo en un Shakespeare en prosa; el psicoanálisis está agonizando, hoy es esencialmente literatura; Freud como escritor sobrevivirá a la muerte del psicoanálisis… Estas afirmaciones las firma Harold Bloom en “El canon occidental”, donde interpreta a Freud desde su condición de escritor, la misma de la que Vladimir Nabokov se burlaba al considerarlo un “autor cómico”. Hoy es escaso el número de psicoanalistas freudianos, y las voces críticas en contra de las teorías del de Moravia son infinitas. Pero sus libros no han caducado, y todo lo relativo a ellos renueva el interés generalizado. Como esta biografía de Marie Bonaparte, paciente de Freud, y también su discípula y hasta su salvadora de las garras nazis.

El apellido puede sorprender. ¿Algo que ver con Napoleón I de Francia? Pues todo: fue su sobrina nieta. Esta llamativa genealogía se mantendría y agrandaría al casarse, en París por lo civil y en Atenas por la Iglesia, en 1907, con el príncipe Jorge de Grecia. De modo que Marie Bonaparte (1882-1962) sería la princesa María de Grecia y Dinamarca, a la sazón madre de dos hijos, Pedro y Eugenia. Esto por lo que concierne a la vida pública; la privada no tiene desperdicio, e incluye traumas infantiles, un marido homosexual e infidelidades de los dos, obsesión por la frigidez sexual cuya consecuencia más asombrosa será una absurda operación quirúrgica ¡para acercar el crítoris a la vagina!, por un lado, y, por el otro, intervenciones de carácter político, ayuda a cientos de intelectuales para huir del nazismo y una relación con Freud muy particular, de cariño y admiración mutua, por no decir de enamoramiento.

Este libro de la biógrafa francesa Célia Bertin, traducido por Javier Albiñana, cuenta con un prólogo de la historiadora y psicoanalista  Élisabeth Roudinesco, que destaca cómo Bertin es la “única persona hasta la fecha que ha podido examinar el conjunto de documentos de Marie Bonaparte”, en parte debido a la colaboración de la princesa Eugenia de Grecia (fallecida en 1888; el libro se publicó en francés en 1982), aunque los archivos de Bonaparte no podrán abrirse hasta el año 2020. “Célia Bertin muestra con talento cómo Marie superó el hastío –y sin duda la locura– gracias a su encuentro con Freud en 1925, a los cuarenta y tres años”, apunta Roudinesco, que resume lo que el lector conocerá en las páginas siguientes: la muerte un mes después del parto de su madre, la relación distante con su padre, geógrafo y antropólogo, la severa educación de la abuela paterna y el largo matrimonio con Jorge de Grecia, amante de su tío Valdemar.

Todo lo cual puede agotar al lector ávido por descubrir los asuntos acerca de la Sociedad Psicoanalítica de París, que Marie Bonaparte fundó junto con otros psicoanalistas en 1926, o en torno a la intimidad y labor profesional compartidas con Freud, de la que fue su principal traductora. Sin embargo, conocer la infancia de la biografiada servirá para entender el alcance del trato con el neurólogo, pues aquella niña rica y desdichada se consagraría a la escritura de una especie de diario, conocido en vida de la autora: unos “Cahiers”, escritos en inglés y alemán, que halló de casualidad en 1924 y de los que ni se acordaba: “El enigma de los cuadernos fue uno de los factores, sumados a otros, que me movieron, tras la muerte de mi padre, a pedir a Freud que me psicoanalizara”. En la cabecera de la cama de su padre, precisamente, Bonaparte leería en voz alta la “Introducción al psicoanálisis”, que la deslumbró: “Y comenzó a meditar de otro modo sobre su dificultad de vivir”, dice Bertin.

Se trata de apuntes inconexos, espontáneos, que expresan tristeza y dolor y cuyas imágenes, desde luego, fueron estudiadas por Freud desde el punto de vista sexual. Entre ellos, nada más conocerse, se establece un vínculo lleno de confidencias; Freud le diagnostica “neurosis obsesiva” y ve en el material que ella le aporta un filón: «Los “Cahiers” ilustraban a la perfección las teorías freudianas» al ver en ellos referencias fálicas enmascaradas. Concluido el análisis, se fraguó una intensa amistad que sería determinante para Freud: Bonaparte pagó a los nazis la “tasa de salida” que se exigía para abandonar Austria, y así el médico se instaló en Londres. Allí iba a morir, y sus cenizas se depositarían en una urna griega que le había regalado su discípula y mecenas.

Publicado en La Razón, 28-III-2013