Como
aquella película de Woody Allen donde un personaje aparecía desenfocado, este Ernest Hemingway
mío de tamaño natural salió así de mal, temblando en mi mano fotógrafa. Me
aseguré de disparar bien la cámara cuando, dentro del café pamplonés El Rincón
de Hemingway, le hice una foto a esta escultura que se halla justo pegada a la barra. Pero el
resultado reflejaría mi nerviosismo ante el maestro del cuento, solo días antes
de que surgiera, en papel y tinta, a lo largo de las páginas 137-152, el
capítulo que le dedico correspondiente a La pasión incontenible. Éxito y rabia en la narrativa norteamericana (editorial
Pre-Textos), que tal vez ya esté en las mesas de novedades de las librerías,
rodeado de trillones de libros más.