Con la excusa de la concesión
del Premio Nacional de Narrativa a Clara Usón, recupero esta crítica de su
novela Perseguidoras (Alfaguara,
2007), que en enero del 2008 publiqué en la revista Mercurio.
Un buen día, Clara Usón (Barcelona, 1961)
hizo un viaje en el tiempo y el espacio y visitó a Anton Chéjov, y desde
entonces, el escritor ruso –su presencia obsesiva– no la abandona. Primero la
visita consistió en la atenta lectura de sus cuentos y dramas; más tarde, en el
estudio de sus biografías; y por último, en la escritura de un libro fenomenal
que tituló El viaje de las palabras (Plaza & Janés, 2005) y que
estaba inspirado en la vida que llevó Chéjov en su finca de Melijovo. En la
novela, como en un sueño, por la necesidad de estar acompañada en el delicado
momento de esperar que le practicaran un aborto, Lucía, la protagonista, se
veía apareciendo en el año 1892, conociendo a su autor preferido en persona e
involucrándose en la cotidianidad doméstica de toda la familia, en un intento
vano por avanzarse a lo que sus miembros iban a hacer para así evitar acciones,
a su parecer erróneas, en aquel remoto lugar.
Perseguidoras no
sigue semejante camino fantástico, aunque sí acude Chéjov a sus páginas de
forma simbólica, en medio de la vida de la abogada y actriz fracasada Ana
Manera: en un momento dado, ésta alude a una función amateur en la que
participó de Las tres hermanas, que a su vez sirve de alegoría de la
novela, pues son Ana y sus hermanas, la drogadicta y bella Alicia –madre del
niño de seis años Diego–, y la esquizofrénica Maite, las que, como en la pieza
de Chéjov, persiguen un rumbo que va directo al caos, pues se engañan a sí
mismas pensando que esa huida hacia delante va a sacarlas del atolladero. De
hecho, el texto es coherente de principio a fin además de con el epígrafe, una
frase de Vila-Matas tan simple como verdadera a diario –“Entonces lo mejor que
podemos hacer es seguir adelante aunque no entendamos nada”–, con el resto de
relatos de Usón: Noches de San Juan y Primer vuelo.
Si en esta primera novela, la ingenua y
torpe Juani tendía a soñar despierta tratando de olvidar su anodina existencia,
y en la segunda, la asesora fiscal Laura, otra mujer acomplejada y solitaria,
se evadía de sus problemas recordando un verano de la infancia, ahora es Ana la
que expresa sueños incumplidos y soporta la presión de su madre, que la quiere
siempre disponible para los demás. Abogada de último escalafón dentro de un prestigioso
bufete en el que entró con un currículum mentiroso, esta treintañera sin
príncipe azul, sin vocación verdadera, sin atractivo intelectual, que da palos
de ciego y que tiene una foto de Chéjov en su mesa de trabajo –es decir, casi
un arquetipo ya de las novelas de Usón–, tendrá que hacer frente a varios
conflictos, y, en un enredo tragicómico, apagar los fuegos que los demás
prenden mientras, además, pone en juego su propio empleo e hipoteca su vida
privada.
La trama de la novela parte de la muerte de
Viladrau, un cliente del bufete de abogados, en un burdel de alto standing.
Una misteriosa llamada de teléfono despierta a Ana de madrugada informándole
del suceso, y ésta se ve obligada a avisar a un colega para acudir al lugar de
los hechos; una vez allí, descubre a Alicia, escondida, y entonces surge todo
tipo de preguntas sobre la presencia de la cocainómana: ¿es una asesina o el
cliente falleció por causas naturales, acaso por consumir drogas? El cebo ha
surtido efecto, y no sólo leemos Perseguidoras para conocer el enigma,
sino para ver cómo la muerte de un desconocido hace que, como en los dramas de
Eugene O’Neill, las piezas de ese dominó implacable, la familia, se empujen
unas a otras hasta caer todas juntas y revueltas.