Por si no fuera bastante con nuestro propio nombre,
que ya de por sí es un “seudónimo” de la persona que somos, unas cuantas letras
que sirven para que los demás puedan dirigirse a nosotros, los hay que se
esconden tras otro nombre, que firman textos con él. Antaño quizá podría tener
sentido tal cosa si se pretendía guardar la identidad para preservar la vida
íntima, pero hoy en día, internet y los “media” imposibilitan que la
información no se revele. Y entonces se da una extraña vuelta de tuerca y se
acaba por publicar un libro bajo seudónimo… ¡poniendo al lado el dato fidedigno!:
de tal modo que, por ejemplo, el narrador irlandés John Banville, que empezó a
publicar en 1970, en el año 2006 empezó a desdoblarse, al escribir novelas
policiacas, rebautizándose con el nombre de Benjamin Black. Eso sí, este
compartirá espacio en cada cubierta con el que se convierte en seudónimo del
seudónimo y que a fin de cuentas es el nombre con el que nació: justamente John
Banville.
Por supuesto, detrás de estos casos suele haber un
criterio comercial: hoy el individuo exitoso es una marca, y como tal una editorial
no puede prescindir de tal anzuelo. ¿El hecho de que se haya descubierto el
“nom de plume” de la multimillonaria J. K. Rowling –Robert Galbraith–, con el
que ha entregado su última novela de adultos, no es la mejor publicidad posible
para su lanzamiento? Ella, que además se dio a conocer con un semi-seudónimo, por
así decirlo, pues la editorial, antes de que viera la luz la primera entrega de
“Harry Potter”, cambió su verdadero nombre, Joanne Rowling, por unas iniciales
en las que se ocultaba su feminidad y al que se añadía una K, tal vez como
guiño subliminal al “señor de los anillos” J. R. R. Tolkien. El pretexto: el
hecho de que los jóvenes no se animarían a comprar una novela de aventuras
firmada por una mujer.
Y sin embargo, al fin todo es un juego nominal, una
creativa maniobra de despiste, y lo falso, cuando la calidad de su obra
firmante se impone, deviene más real que cualquier hoja del Registro Civil: pues
¿qué importa que Pablo Neruda, George Orwell, Lewis Carrol, Molière, Stendhal,
Clarín, Azorín, Yukio Mishima o Mark Twain fueran simples alias?
Publicado en La Razón,
15-VII-2013