El arte es, para mí, una emoción que,
apoyada en honda experiencia sensual, nos regala el pozo de una vivencia
mística o espiritual», dice Mauricio Wiesenthal en el prólogo de «Perdido en
poesía», publicado en mayo; perdido en versos que aún no había dado a conocer y
de continuo encontrado en sus viajes en pos del amor por la cultura, por
absorber todo lo que incumbe al ser humano: al prosaico y al artístico, al más
alto esteta o al vagabundo. Una definición ésta de arte que atraviesa toda su
obra y que llega a su clímax en «Siguiendo mi camino», dado que aquí la
sensualidad y la experiencia íntima se intensifican gracias a un puñado de
canciones en diferentes idiomas que el propio autor solía interpretar en
público de joven, en hoteles, cafés, cruceros.
Aparecerán casi una
cincuentena: boleros, coplas españolas, romanzas rusas, zambas, tangos... «Cantar fue una de las aficiones de mi
vida que me ayudó a sobrevivir en mis años de bohemia. Evoco en este libro
algunas de esas canciones porque me gustaría dejar el testimonio de que un
escritor es, sobre todo, un artista», afirma en el inicial «Luces, plumas y
estrellas», dedicado a la pieza de 1927, pero que hizo célebre sobre todo Elvis
Presley, «Are You Lonesome Tonight?». Así, esta conciencia de vivir «artísticamente»
ha acompañado siempre a Wiesenthal, cuyos «Libro de réquiems» y «El esnobismo
de las golondrinas» emocionaron por fundir erudición, viaje, búsqueda de los
maestros de la antigua cultura europea y romántica autobiografía.
Su camino parece no
tener fin, pues se asienta en la memoria, en la infinitud de hacer literatura a
partir de toda una vida volcado en oficios variopintos y en escuchar y
observar, en conversar y conocer. Aparte
de esos dos monumentales libros, la también voluminosa novela «Luz de vísperas»
constituyó otro modo de recorrer Europa, con fondo intelectualista y emocional,
a la que se añadiría otro viaje memorable a la Rusia y las obras de Tolstói, en
lo que acabó siendo un estudio portentoso del escritor titulado «El viejo león»
(Edhasa, 2010). Ahora, sin embargo, el camino tiene pinceladas de humor (genial
la nota introductoria), de recuerdos de enamorado (se alude con frecuencia a su
primera, mujer, una inglesa llamada Sarah), y además con un pie en nuestro continente
y otro en América, pues encontramos a Wiesenthal en el café Tortoni de Buenos
Aires (canción «Nostalgias»), en el San Juan Puerto Rico que tanto le recuerda
a la Cádiz de su adolescencia (canción «Piensa en mí») o en México (canción «La
llorona»), disfrutando de su «verdadero tesoro»: su gente.
Cada tema es un
pretexto para la rememoración, para anclar en la escritura una escena en que
una música concreta, llena de ensoñaciones y encanto, actuó de banda sonora. De modo que el bolero «Amar y vivir»
sirve para glosar cómo el autor pasó unas horas con Ava Gardner, mientras que
la canción de cuna «Schlafe, Mein Prinzchen, Schlaf Ein» habla de una Berlín
«destruida, arruinada y partida en dos» que vio de niño, en la misma etapa en
que coincidió en el mismo hotel madrileño con Hemingway (en el texto dedicado
al «zortziko» del compositor Sorozábal «Maite»), cuyo rastro por el mundo
seguiría durante décadas. Una melodía, unos versos, son la llama para que
Wiesenthal incendie sus recuerdos y el fuego lo abarque todo: la inmigración,
con la habanera catalana «La gavina»; el mundo de las librerías, con la zamba
«Angélica»; el amor por el mar, con la alemana «Blaue Nacht am Hafen» –el
abuelo del escritor nació en Sajonia–; el gusto por el cine, con el bolero «Dos
almas» (Wiesenthal hizo de extra en «Lawrence de Arabia»), etcétera.
«Siguiendo mi
camino» no es un título tomado a la ligera; indica la forma en que Wiesenthal
se ha mantenido fiel a sus ideales y literaturas, sin importarle encajar en el
ambiente cultural o editorial. Él
fue escribiendo, cantando, hasta que le llegó su oportunidad, y ahora sus
libros abanderan su propósito de vida, sensual y espiritual, emotivo y
anhelante.
Publicado en La Razón, 18-VII-2013