jueves, 18 de julio de 2013

Literatura a 33 r.p.m

El arte es, para mí, una emoción que, apoyada en honda experiencia sensual, nos regala el pozo de una vivencia mística o espiritual», dice Mauricio Wiesenthal en el prólogo de «Perdido en poesía», publicado en mayo; perdido en versos que aún no había dado a conocer y de continuo encontrado en sus viajes en pos del amor por la cultura, por absorber todo lo que incumbe al ser humano: al prosaico y al artístico, al más alto esteta o al vagabundo. Una definición ésta de arte que atraviesa toda su obra y que llega a su clímax en «Siguiendo mi camino», dado que aquí la sensualidad y la experiencia íntima se intensifican gracias a un puñado de canciones en diferentes idiomas que el propio autor solía interpretar en público de joven, en hoteles, cafés, cruceros.

Aparecerán casi una cincuentena: boleros, coplas españolas, romanzas rusas, zambas, tangos... «Cantar fue una de las aficiones de mi vida que me ayudó a sobrevivir en mis años de bohemia. Evoco en este libro algunas de esas canciones porque me gustaría dejar el testimonio de que un escritor es, sobre todo, un artista», afirma en el inicial «Luces, plumas y estrellas», dedicado a la pieza de 1927, pero que hizo célebre sobre todo Elvis Presley, «Are You Lonesome Tonight?». Así, esta conciencia de vivir «artísticamente» ha acompañado siempre a Wiesenthal, cuyos «Libro de réquiems» y «El esnobismo de las golondrinas» emocionaron por fundir erudición, viaje, búsqueda de los maestros de la antigua cultura europea y romántica autobiografía.

Su camino parece no tener fin, pues se asienta en la memoria, en la infinitud de hacer literatura a partir de toda una vida volcado en oficios variopintos y en escuchar y observar, en conversar y conocer. Aparte de esos dos monumentales libros, la también voluminosa novela «Luz de vísperas» constituyó otro modo de recorrer Europa, con fondo intelectualista y emocional, a la que se añadiría otro viaje memorable a la Rusia y las obras de Tolstói, en lo que acabó siendo un estudio portentoso del escritor titulado «El viejo león» (Edhasa, 2010). Ahora, sin embargo, el camino tiene pinceladas de humor (genial la nota introductoria), de recuerdos de enamorado (se alude con frecuencia a su primera, mujer, una inglesa llamada Sarah), y además con un pie en nuestro continente y otro en América, pues encontramos a Wiesenthal en el café Tortoni de Buenos Aires (canción «Nostalgias»), en el San Juan Puerto Rico que tanto le recuerda a la Cádiz de su adolescencia (canción «Piensa en mí») o en México (canción «La llorona»), disfrutando de su «verdadero tesoro»: su gente.

Cada tema es un pretexto para la rememoración, para anclar en la escritura una escena en que una música concreta, llena de ensoñaciones y encanto, actuó de banda sonora. De modo que el bolero «Amar y vivir» sirve para glosar cómo el autor pasó unas horas con Ava Gardner, mientras que la canción de cuna «Schlafe, Mein Prinzchen, Schlaf Ein» habla de una Berlín «destruida, arruinada y partida en dos» que vio de niño, en la misma etapa en que coincidió en el mismo hotel madrileño con Hemingway (en el texto dedicado al «zortziko» del compositor Sorozábal «Maite»), cuyo rastro por el mundo seguiría durante décadas. Una melodía, unos versos, son la llama para que Wiesenthal incendie sus recuerdos y el fuego lo abarque todo: la inmigración, con la habanera catalana «La gavina»; el mundo de las librerías, con la zamba «Angélica»; el amor por el mar, con la alemana «Blaue Nacht am Hafen» –el abuelo del escritor nació en Sajonia–; el gusto por el cine, con el bolero «Dos almas» (Wiesenthal hizo de extra en «Lawrence de Arabia»), etcétera.

«Siguiendo mi camino» no es un título tomado a la ligera; indica la forma en que Wiesenthal se ha mantenido fiel a sus ideales y literaturas, sin importarle encajar en el ambiente cultural o editorial. Él fue escribiendo, cantando, hasta que le llegó su oportunidad, y ahora sus libros abanderan su propósito de vida, sensual y espiritual, emotivo y anhelante.

Publicado en La Razón, 18-VII-2013