El muy prolífico en estos años Javier SánchezMenéndez lanza dos títulos escritos por dos Javier Sánchez Menéndez, uno en la
línea de su obra última, prosas que encierran visiones y pensamientos y
vivencias poéticos, El libro de los
indolentes, y otro en una reedición de un poemario surgido en 1991, El violín mojado, con versos
emocionales, próximos, claros como la sinceridad de un joven sediento de
comunicación. La estudiosa Rocío Fernández Berrocal nos recuerda en la
introducción de este último libro que Sánchez Menéndez debutó como poeta en
1983, con Motivos, y poco después
concibió lo que acabaría siendo El violín
mojado, en Roma. Es este un libro romántico, palpitante, cuya voz poética
parece estar reflexionando en voz alta sobre la distancia, el paso del tiempo,
la extrañeza inevitable de amar, sin que falten asimismo recursos humorísticos,
y siempre una sensación delicada de desgarro, de melancolía firme, como
trasfondo. En el último poema, el poeta alude a su deseo de que tener toda la
vida “alrededor” más que por delante, y esa idea de alguna manera se
materializa en El libro de los indolentes,
pues es el alrededor el asunto central de este libro cuyo subtítulo remite a
una serie: “1. El encuentro en Camarinal”. El alter ego de Sánchez Menéndez pasea por el mar, está acompañado de
su perro, se acuerda de Platón, pero también de Rilke, de Hölderlin, de Juan
Ramón Jiménez, y todo ello lo lleva a meditar sobre la poesía, la palabra, la
literatura, tanto en el plano más filosófico como mundano. Se diría que es casi
un diario del caminante pensante, que se autoanaliza y analiza lo que tiene en
torno a sí. Y es entonces que se personan los llamados indolentes, que, como
los cronopios de Cortázar, sobrevuelan los puntos cardinales del poeta
solitario. “El faro Camarinal está habitado por los indolentes, extraños seres que pasan desapercibidos a los ojos de
los humanos”, se lee al comienzo. Cada uno de ellos lleva un número, y su comportamiento
no se sabe si es bienvenido o reprobable a tenor de ciertas reacciones del
sujeto poético. Pero lo cierto es que esas criaturas ejemplifican lo que tal
vez persigue su autor: “el silencio de las palabras y la soledad de las almas o
espíritus”, y también la Verdad, que es como decir la Poesía.