Decir Paul Theroux es decir Viaje.
Lo saben bien quienes han seguido su trayectoria como escritor de libros sobre
lugares exóticos y remotos de Asia, Sudamérica y África, o incluso los que se
han asomado a sus obras de ficción. Esta vez, el autor estadounidense acude de
nuevo al continente negro –a mediados de los sesenta vivió ejerciendo de
maestro en Malaui y Uganda–, mediante un alter ego de su misma generación: un
personaje que idealizó la aldea donde estuvo de joven durante cuatro años
–colaborando en la construcción de una escuela y otras iniciativas sociales– y
a la que desea regresar tras un fracaso matrimonial (su mujer descubre que ha
estado flirteando con otras mujeres vía correo electrónico) y el declive de su
negocio de sastrería en Boston.
El protagonista, Ellis Hock,
trabajador volcado en su afamada pero ya caduca tienda de ropa para caballero,
con una esposa convencional y una hija desagradecida, aburguesado e infeliz, se
va a dar una segunda oportunidad. Una base argumental tópica esta que sin
embargo está relatada con buen ritmo novelesco al hacerse verosímiles las
señales que el azar le pone en el camino, como ayudar a una mujer jipi a cuidar
de la serpiente pitón que hasta duerme con ella, lo cual le retrotrae a aquel
tiempo de dicha en que la vida era sencilla y sincera: allá en Nyasalandia,
donde amó y fue amado. Sin ataduras, sin más futuro que su presente anonido,
Hock se plantea regresar cuarenta años después, siquiera un par de semanas. Y
el choque al llegar será el esperado: el lugar idílico ahora está plagado de
automóviles, teléfonos móviles, burocracia.
Esa parte inicial de “En Lower
River” (traducción de Ezequiel Martínez Llorente) es la mejor, a mi entender:
la transición del hombre maduro hacia el pasado irrecuperable, primero en la
memoria y luego “in situ”, cuando el contraste se hace drástico y deprimente en
primera instancia. Luego, la novela se vuelve algo farragosa en los diálogos
del viajero con los lugareños, sobre todo con la gente que aún recuerda su paso
por allí, que es considerable, aunque retoma la intensidad porque al personaje
le esperan frustraciones e incluso peligros. Tanto, que su regreso se convierte
en toda una pesadilla, ante el surgimiento de ciertos hombres indeseables que
mercantilizan a seres humanos, que rompe por completo el “locus amoenus”
africano que tenía guardado en su corazón durante décadas en su apacible vida
bostoniana.
Publicado en LaRazón, 23-I-2014