En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Edmundo Díaz Conde.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Ese en
donde conocí a mi ángel de la guarda, sin quien las historias de amor de mis
novelas adolecerían de la genuina simpleza masculina.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de
los animales. Con los insectos y los ofidios tengo casi tantas prevenciones
como con mis congéneres. Soy más de mamíferos ajenos a mi propia especie.
¿Es usted cruel?
Lo fui por instante,
cuando era joven, vigoroso y radicalmente ignorante. En ese entonces, qué
meritorio habría sido mostrarme compasivo. Ahora tiene poco mérito, a los 47.
¿Tiene muchos amigos?
He huido siempre de
mis amigos para llevarlos en el corazón.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Agilidad de reflejos
y piernas lentas. En una palabra: amabilidad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Me creo pocas
expectativas con el prójimo. Además, el arte de la fuga que practico es acabar
en una tierra de nadie.
¿Es usted una persona sincera?
Franca,
diría yo. ¿Sinceridad?: no me permita Dios apurar ese cáliz.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Soñando. Hay días en
que los sueños me acorralan mientras duermo, otras me acorralan leyendo, otras
haciendo el amor, otras... En fin, confieso que vivo acorralado por fantasías.
¿Qué le da más miedo?
Ver
aparecer un toro por la puerta de mi dormitorio.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
La impresión de que
hay que fomentar la natalidad para sostener el sistema. Un sistema, dicho sea
de paso, que nos impide poner distancia entre la propia vida y la de los otros.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Ni me lo
perdonaría a mí, ni se lo perdonaría al resto. Sería una especie de Darth Vader
celtibérico, rebosante de amargura y perfidia. En consecuencia, infinitamente
más seductor de lo que soy.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Durante
treinta años fui un amante vicioso del deporte, hasta que me curé. Fue entonces
cuando decidí no contribuir al crecimiento del negocio.
¿Sabe cocinar?
La respuesta es un
bucle infinito. En teoría, mi cocina requiere de una meditación previa; pero es
tan intensa y exhaustiva, la meditación, que al acabar no me siento con fuerzas
de nada.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A ese tipo que,
metido en un asunto de riesgo mortal, se sintió tan consumido por el miedo que
no tuvo más remedio que convertirse en un héroe.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Sin duda, aquella
que está por decir; la que se omite, la que se calla en favor de un gesto
amable, generoso o altruista
¿Y la más peligrosa?
A sensu
contrario, la palabra que se desboca.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No soy dado a
violencias físicas; pero, por pura justicia poética, a más de uno que se lo
merecía le he deseado lo peor.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Circulo por el ala
izquierda como por mi casa; lástima, es una casa que aún va por los cimientos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un
rentista físicamente aventurero.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los más inofensivos.
Por ejemplo, en hogares ajenos, no en el mío, cuando tengo necesidad de ir al
servicio, y una vez dentro, me desvisto íntegramente en cualquier caso. Por
supuesto, antes de salir, vuelvo a vestirme íntegramente.
¿Y sus virtudes?
Soy un ignorante
para mis propias virtudes; pero es evidente que las tengo, pues hasta los
simples conocidos hablan maravillas de mis virtudes.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Es tal el vicio que
se me vendrían palabras en vez de secuencias. Tendría el mal gusto de pensar:
“No podía ser de otra manera. Es justo que sea así”.
T. M.