miércoles, 26 de febrero de 2014

Entrevista capotiana a Mario Roberto Morales

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mario Roberto Morales.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El vientre materno o el éter.
¿Prefiere los animales a la gente?
De ninguna manera. A los animales salvajes no se los puede preferir porque acaban matándolo a uno. Y el problema con los domésticos es que, como son incondicionales, cuando se mueren hacen muchísima falta. Me quedo con la gente.
¿Es usted cruel?
Claro. Lo soy con mis enemigos y conmigo. Si no, qué sería de ellos y de mí.
¿Tiene muchos amigos?
Qué va.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que yo les caiga bien.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? 
Por supuesto. Algunos de los nuevos me decepcionan por su volatilidad y casi todos los viejos porque no cambian. A ambos los perdono y no les digo nada porque me estiman y yo a ellos. Por eso somos amigos. Y sé que tanto unos como otros me toleran igual que yo a ellos. Vista así, la amistad es un pequeño fastidio para todos. En mi caso y para mi fortuna, mis amigos son poquísimos y casi nunca nos vemos. Con quienes mejor me llevo es con los desconocidos.
¿Es usted una persona sincera? 
Conmigo bastante más que con los demás. Porque he aprendido que necesito “estar en el mundo” para sobrevivir, pero que para vivir en paz debo dejar de “pertenecer al mundo”, y esto último sólo se puede lograr no mintiéndose a uno mismo. Es decir, no diciendo cosas como la que acabo de decir ahora.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Todo mi tiempo es libre.
¿Qué le da más miedo?
A mí todo me da miedo. Lo que más miedo me da es no llegar a sentir más miedo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Las religiones.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser un clochard. Aunque yo no decidí ser escritor. Eso, como todo en mi vida, fue algo que me sucedió y que no vi venir. Una fatalidad.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Nado. A veces. Es con lo que me quedé luego del beisbol y el karate de la adolescencia. Nadar –al igual que escribir– es algo que puedo hacer solo.
¿Sabe cocinar?
Más o menos, pero prefiero no hacerlo. Mi especialidad son los huevos satánicos (receta mía) para el desayuno.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi abuela. Entre otras cosas porque una vez me respondió que sí creía en Dios pero que le caía mal porque sólo estaba con los que lo buscaban. Era una espontánea de la teología.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Comprensión.
¿Y la más peligrosa?
Verdad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Claro. Cómo no. Los políticos y los moralistas despiertan en uno ese sano deseo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy un disciplinado marxista de clase media acomodada e irrenunciables hábitos burgueses. Como Marx.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un millonario que se hubiese sacado la lotería (sin haber perdido el tiempo trabajando para enriquecerse), dedicado en cuerpo y alma a dilapidar su dinero en causas perdidas y en experiencias hedonistas.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El hedonismo y la ira.
¿Y sus virtudes?
No mato una mosca.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una vertiginosa versión amorosa de mi niñez y mi adolescencia, y la sonrisa de un anciano bonachón que aprueba benévolamente mi conducta. Soy un buenazo irredento.

T. M.