Era el año 2007, creo que casi verano.
Visité a Ana María Moix en la sede de la editorial Bruguera. Fuimos a un patio
interior, con plantas altas escuchando y gatos merodeando, para que pudiera
fumar, y hablamos un rato. No recuerdo el qué. En la medianoche del viernes al
sábado, cuando me despertaron con la noticia para una escritura instantánea,
recordé aquel momento, apenado por el implacable paso séptimo del tiempo, por cómo
siega vidas que también acabará con la nuestra. Descanse en paz quien tanto
hizo por el mundo editorial y literario.
* * *
Con la muerte de Ana María Moix, a los sesenta y seis años, desaparece tal vez la mujer de letras más importante que ha tenido el mundo literario y editorial de las últimas décadas, una creadora y editora todoterreno que marcó una época dejando su impronta a través de iniciativas en casas editoriales tan relevantes como Ediciones B, Plaza & Janés o Lumen. Con su sempiterno cigarrillo y mirada lacónica, con su sonrisa irónica y dicción reposada, pronto destacó como integrante de una generación con grandes inquietudes tanto artísticas como sociales, en aquella efervescencia sociocultural de la «gauche divine» barcelonesa, de la que hablaría en «24 horas con la Gauche Divine» (2002). A su lado estarían buscando también su voz, colocándose en el terreno de los que revolucionaban los conceptos literarios y el ambiente de la edición, creciendo con ella, editores y escritores como Carlos Barral, Esther Tusquets, Pere Gimferrer y Félix de Azúa.
Pero si algo distinguió a
Moix como autora fue su precocidad. Como poeta, salió a la palesta mediante la
antología de José María Castellet «Nueve novísimos poetas españoles» (1968)
–era la única mujer de la selección–, y al año siguiente «Baladas del dulce
Jim», con prólogo de Manuel Vázquez Montalbán. Enseguida se embarcaría en
una novelística que tuvo su clímax en el volumen de cuentos «Ese chico
pelirrojo a quien veo cada día», en 1971, a la que le seguiría una docena más
de títulos, entre libros de artículos y novelas juveniles, caso de «La
maravillosa colina de las edades primitivas (1973)». Desde aquel apogeo de los
setenta, en Moix se sedimentó la visión de una literatura poliédrica, en la que
cabían todos los géneros y en la que se hizo cada vez más importante su labor
como traductora de obras en francés, de autores como Louis Aragon, Marguerite
Duras o Samuel Beckett.
Ya en los ochenta,
obtendrá éxito con su segundo libro de cuentos, «Las virtudes peligrosas»,
que recibe el Premio Ciudad de Barcelona 1985. Volverá a recibir diez años
después el mismo galardón por la novela «Vals negro». Su carrera como poeta
quedaba en aquel recuerdo de la legendaria antología de Castellet, mientras su
relevancia como narradora crecía hasta el punto de que en el año 2002, y
después de un silencio editorial de ocho años, tras el cual reunió diez relatos
en el volumen «De mi vida real nada sé», Lumen lanzaría al mercado la
«Biblioteca Ana María Moix» para reeditar su narrativa completa. Moix ya
era un referente histórico de la edición, tanto, que su labor durante décadas
al frente de colecciones ya míticas que abrieron espacios para nuevos autores o
escritores poco conocidos en España le valió, por parte de la Generalitat, la
Creu de Sant Jordi, ella, una escritora catalana que fundamentalmente escribió
en español. En 2011, su salud empeoró considerablemente, pero su respuesta fue
vital, literaria, convirtiendo su dolencia en una reflexión que llamó
«Manifiesto personal», hoy más vigente que nunca.
Publicado en La Razón,
1-III-2014