Se diría que Jerome David Salinger realmente descansó en paz el día de su muerte, a los noventa y un años, hace cuatro eneros. Su vida en cierta manera ya había acabado en 1951, con «El guardián entre el centeno», porque a partir de esa fecha empezó otra, angustiosa, sólo sobrellevada por sus prácticas de budismo zen, en la que quiso proteger su intimidad hasta lo enfermizo. Así, si un atrevido pretendía escribir su biografía, el autor le demandaba. Incluso su hija Margaret quiso decir su opinión del genio cascarrabias en «El guardián de los sueños» (2000), donde se decían cosas íntimas y humillantes, de orden escatológico y sexual, sobre el escritor.
Después de casi una década siguiendo cada detalle de Salinger y
obteniendo documentos y opiniones inéditas hasta ahora, David Shields y Shane
Salerno han acabado ofreciendo una colosal biografía que tiene la audacia de
estar escrita cual obra de teatro, a partir de la voz de numerosas personas del
entorno más o menos cercano del escritor. Nada se les escapa a los biógrafos,
que ahondan en todas las contradicciones de Salinger, sobre todo el celo por su
vida privada y a la vez su propio interés por lo que se decía de él, poniendo
además el acento extensamente en su experiencia bélica; tal cosa marcaría su
personalidad de modo trascendente, durante los años que sirvió en Europa y
sufrió en sus carnes cinco sangrientas batallas, incluido el desembarco de Normandía, llevando en su petate el
manuscrito de la historia que protagoniza el adolescente Holden Caulfield.
Con todo, los autores concluyen que “antes incluso de implicarse en la
guerra ya estaba traumatizado, pero después lo estuvo de manera más profunda y
para siempre”. El sufrimiento extremo que presenció en la Segunda Guerra
Mundial y su perfeccionismo ante la escritura se ramifican en una actitud tan
seductora como desconcertante. La que más, tal vez, el hecho de que Salinger
buscara la compañía de chicas menores de edad para, una vez llevadas a su
terreno, acabar por despreciarlas. Esta conducta sale explicada una y otra vez
mediante el recuerdo de muchas jóvenes, que sin embargo no podrían igualarse al
impacto que le suscitó la belleza de la que sería esposa de Chaplin, Oona
O’Neill, al fin un romance frustrado. Desde pronto, la fama lo acorraló, y él se metió en un búnker, literalmente. Por algo
los autores empiezan el libro diciendo: «J. D. Salinger se pasó diez años
escribiendo “El guardián entre el centeno” y el resto de su vida
arrepintiéndose».
Publicado en La Razón,
27-II-2014