lunes, 10 de marzo de 2014

Un refugio entre libros

Crónica autobiográfica, novela de desarraigos, espejo sociológico de un pintoresco ambiente cultural, este libro del hasta ahora desconocido para nosotros Jeremy Mercer nos abre a las grandezas y miserias de la librería Shakespeare and Company, a partir de la relación con su extravagante dueño. Jorge Carrión, en el reciente “Librerías” (Anagrama), ya citaba a este autor para hablar de cómo el soldado norteamericano George Whitman cumplió su sueño de abrir una tienda de libros en el corazón de la capital francesa en 1951. Mejor dicho, algo más que eso: todo un proyecto solidario en el que acogía a “jóvenes letraheridos, sin cobrar un sueldo a cambio, por una cama, un plato de comida y una experiencia prestigiosa”, como atestigua el propio Mercer desde el momento en que entró en la librería para resguardarse de la lluvia.

Allí acaba tras una huida rocambolesca de Canadá, donde se siente amenazado por ciertas malas compañías, abandonando una deprimente aunque rentable labor de periodista de los sucesos más espantosos. Cual “flanêur” decimonónico, Mercer se pierde por París sin apenas dinero justo al comienzo del año 2000, y en Shakespeare and Company encuentra un refugio tanto para su manutención diaria como para sus ínfulas de escritor serio. El propietario, George Whitman, lo acoge como había hecho con miles de escritores vagabundos en el local que bautizó con el nombre de aquel otro, regentado por Sylvia Beah, que se haría tan famoso por emprender la publicación del “Ulises” de James Joyce y que sería clausurado en 1941 con la ocupación nazi de la ciudad.

Pese a ciertas torpezas narrativas al comienzo en torno a detalles que quedan explicados de forma tópica o insuficiente, tal vez por culpa de un excesivo afán por resumir en exceso sus pasos parisinos, el libro gana un interés incuestionable a medida que, de la mano de Mercer, se va conociendo al grupo de habitantes de la librería, su jerarquía dentro de su estatus paupérrimo, y sobre todo la personalidad de Whitman, un trotamundos de profundas raíces colectivistas que «siguió el precepto marxista “da lo que puedas; toma lo que necesites”, y con este espíritu construyó su librería». Un ser tan obsesionado con su tienda que llamaría a su hija –la actual dueña del negocio– Sylvia Beach Whitman.


Publicado en LaRazón, 6-III-2014