Crónica autobiográfica, novela de desarraigos,
espejo sociológico de un pintoresco ambiente cultural, este libro del hasta
ahora desconocido para nosotros Jeremy Mercer nos abre a las grandezas y
miserias de la librería Shakespeare and Company, a partir de la relación con su
extravagante dueño. Jorge Carrión, en el reciente “Librerías” (Anagrama), ya citaba
a este autor para hablar de cómo el soldado norteamericano George Whitman
cumplió su sueño de abrir una tienda de libros en el corazón de la capital
francesa en 1951. Mejor dicho, algo más que eso: todo un proyecto solidario en
el que acogía a “jóvenes letraheridos, sin cobrar un sueldo a cambio, por una
cama, un plato de comida y una experiencia prestigiosa”, como atestigua el
propio Mercer desde el momento en que entró en la librería para resguardarse de
la lluvia.
Allí acaba tras una huida rocambolesca de Canadá,
donde se siente amenazado por ciertas malas compañías, abandonando una
deprimente aunque rentable labor de periodista de los sucesos más espantosos.
Cual “flanêur” decimonónico, Mercer se pierde por París sin apenas dinero justo
al comienzo del año 2000, y en Shakespeare and Company encuentra un refugio
tanto para su manutención diaria como para sus ínfulas de escritor serio. El
propietario, George Whitman, lo acoge como había hecho con miles de escritores
vagabundos en el local que bautizó con el nombre de aquel otro, regentado por
Sylvia Beah, que se haría tan famoso por emprender la publicación del “Ulises”
de James Joyce y que sería clausurado en 1941 con la ocupación nazi de la
ciudad.
Pese a ciertas torpezas narrativas al comienzo en torno
a detalles que quedan explicados de forma tópica o insuficiente, tal vez por
culpa de un excesivo afán por resumir en exceso sus pasos parisinos, el libro
gana un interés incuestionable a medida que, de la mano de Mercer, se va
conociendo al grupo de habitantes de la librería, su jerarquía dentro de su
estatus paupérrimo, y sobre todo la personalidad de Whitman, un trotamundos de
profundas raíces colectivistas que «siguió el precepto marxista “da lo que
puedas; toma lo que necesites”, y con este espíritu construyó su librería». Un
ser tan obsesionado con su tienda que llamaría a su hija –la actual dueña del
negocio– Sylvia Beach Whitman.
Publicado en LaRazón, 6-III-2014