Dos
amigos mexicanos conversan, a lo largo de cinco sesiones que se abren con un
prólogo y se cerrarán con un epílogo. Son las cuatro paredes de un diálogo
cerrado y personal –temas arbitrarios, gustos íntimos, preocupaciones estéticas
particulares– que se abre a la falta de prejuicios, a la libertad de
pensamiento, a la conversación productiva: la que saca lo mejor de uno mismo.
Ilan Stavans, un todoterreno de las letras hispano-estadounidenses, y Juan
Villoro, habitual entre nosotros gracias a sus obras en la editorial
Anagrama viviendo a caballo entre México DF y Barcelona, charlan de lo que
significa escribir –“Mirar las cosas de otro modo, buscar un tercer ojo para
obtener una perspectiva a contrapelo”, dice el segundo–, de numerología y
astrología, continuamente de Borges y de Roberto Bolaño, de fútbol, de
religiones, de lo que diferencia a españoles e hispanoamericanos, del México
que aman y les da miedo.
De
Villoro admiramos su grandeza narrativa, su don comunicativo, su excelsa
caballerosidad; y Stavans ha sido un fabuloso descubrimiento. Autor de más de
treinta de libros de todo género, y traductor al/del inglés, opina con enjundia
y sinceridad tanto de Juan Rulfo –“Pedro Páramo” me parece una novela
aburrida”, sostiene, prefiriendo los cuentos de “El llano en llamas”– como de
la narrativa norteamericana actual, llena a su juicio de “entertainers”,
guiando una conversación que se interna en reflexiones literarias pero también
sobre la creencia en los fantasmas o el excitante hecho de dar conferencias. Un
diálogo en el que entra tanto el pasado cultural común como asuntos de
actualidad: caso de las palabras de Villoro, tan sensatas y críticas, sobre la
política lingüística catalana, que actúa en torno al español y catalán en
función de las ferias internacionales a las que envía autores.
No
ha de sorprender el inicio extravagante del libro con asuntos como el porqué de
la palabra “nuca” en el título, el número cinco, el concepto de “libro agotado”
o el aspecto facial. Pareciera que los autores van a hacer metafísica de
pequeñeces o encarar temas de forma demasiado personalista. Pero al instante la
conversación se hace lúcida, amena, apasionante. Villoro alude al ambiente
mexicanista en el que se crió, su formación alemana y sociológica, su periodo
en Berlín; Stavans se muestra alérgico a los nacionalismos y teoriza sobre el
acto de leer. Ambos opinan sin miedo a ser políticamente incorrectos, y se
sumergen en “El arte de equivocarse”, como reza la quinta conversación,
poniendo como ejemplo al “Quijote”, la mejor novela escrita, plagada de
imperfecciones. Y a la vez hablan sin pelos en la lengua de dos de los tótems
culturales mexicanos más distinguidos, Octavio Paz –Stavans relativiza la
importancia de su poesía y su amigo lo ve como alguien que hablaba para tener
razón– y Carlos Fuentes –“Creo que él mismo se escuchaba demasiado y era
víctima de su propia elocuencia”, dice Villoro.
Pero
siempre, en todo, ya sea alrededor del spanglish y de los diferentes acentos
latinoamericanos, de las telenovelas o de los premios literarios, con la
firmeza del que da argumentos hondos y elegantes que estimulan la opinión
propia.
Publicado en La Razón, 10-IV-2014