La clave de la narrativa de Rafael Chirbes (Valencia, 1949), último premio
de la crítica por «En la orilla», siete años después de que obtuviera el mismo
galardón por «Crematorio» –ambas, como el resto de su obra, publicadas en la
editorial Anagrama─, no hay que encontrarla en sus novelas; éstas son un
reflejo de lo que le inquieta como ciudadano, hombre, artista. Es en sus
lecturas, en su voz que se sale de la ficción para reconocerse, donde se
percibe cómo se ha formado el autor que mejor capta hoy en día el realismo de
corte social y callejero, político y empresarial. Su libro «Por cuenta propia.
Leer y escribir» (2010), serie de ensayos publicados en revistas o leídos en
conferencias, fue la oportunidad para ver cómo este escritor concibe sus
novelas, advirtiendo que “la narrativa es un arte tan lábil como pueda serlo el
sentido de las palabras con que se construye; que no brinda seguridades, ni
siquiera en eso de que, en otros oficios, se llama capacitación profesional”.
Solamente los más grandes tienen la humildad de reconocer tales inseguridades.
El mismo hombre que dice en esas páginas: «¿Qué es ser artista en el siglo XXI,
a quién representa el artista, a quién represento yo cuando escribo una novela?»,
es el que ha llevado como nadie a la prosa el frenesí de la burbuja
inmobiliaria en las dos novelas premiadas citadas. A juicio del catedrático de
teoría literaria José María Pozuelo, en representación del jurado del Premio de
la Crítica 2014, «En la orilla» «profundiza en la crisis moral y de valores que
ha provocado la especulación inmobiliaria en la costa mediterránea, hasta dejar
en la orilla a muchas víctimas y construir una sociedad injusta y falsa». Los
miembros del jurado han visto en Chirbes un denunciador del desasosiego de una población
que ha sufrido los estragos de la debacle económica occidental, en la línea de
los grandes autores europeos decimonónicos que supieron retratar la sociedad en
todo su espectro social.
Y a la cabeza de todos ellos, y ahora volvemos al Chirbes lector,
ensayista, a su inspiración continua: Benito Pérez Galdós. Sobre él habla el
autor de «La caída de Madrid» (2000) ─novela sobre la España inmediatamente
posterior a la muerte de Franco─ para reivindicarlo como gran maestro
novelístico moderno en lengua española. «La Celestina», Cervantes, la relación
entre la literatura y la guerra, más las obras, muy especialmente, de los
Episodios Nacionales galdosianos, son las referencias inmortales que Chirbes
usa para llevar a la actualidad lo que jamás caduca: la desazón del hombre en
su época; sensiblemente en tiempos de la Segunda República, la Guerra Civil
Española, la posguerra y la Transición. En un tiempo en que priman las novelas
de puro entretenimiento y superficialidades personales, Chirbes destaca como uno
de esos poquísimos narradores que mira de cara al pueblo, al pasado del pueblo,
al presente del pueblo. Es un observador que entiende la narrativa como una
inmersión en la historia, lo cual complementa la fusión literaria que él ve
ideal: la necesidad de estilo de un refinado Proust con la necesidad de
captación urbana de un Balzac.
Esos dos elementos ─un estilo literario notable; un ahondamiento en la
realidad circundante palmario─ componen una obra que mira hacia el hoy
retomando el ayer. En «Los viejos amigos» (2003), Chirbes exponía las viejas
utopías, ya desmontadas, de cuatro antiguos compañeros que en su día habían
soñado con hacer la revolución. Inevitablemente, aquellas esperanzas juveniles
devinieron humo, que no dejaba ver y hasta asfixiaba. Esa crisis personal y
general que abordada ya a comienzos del siglo XX se intensificó con el
cataclismo financiero. Una crisis que
pasará y que tendrá testimonios artísticos, recreaciones tan fidedignas y
audaces como la de este escritor que, como Dickens, como Galdós, como Hugo,
percibió las dificultades de la gente a ras de suelo desde niño y se buscó la
vida como pudo en tareas alejadas de lo literario, hasta consagrarse a lo que
le ha dado reconocida y merecida gloria.
Publicado en La
Razón, 26-IV-2014