sábado, 26 de abril de 2014

Rafael Chirbes: el realista de la crisis


La clave de la narrativa de Rafael Chirbes (Valencia, 1949), último premio de la crítica por «En la orilla», siete años después de que obtuviera el mismo galardón por «Crematorio» –ambas, como el resto de su obra, publicadas en la editorial Anagrama─, no hay que encontrarla en sus novelas; éstas son un reflejo de lo que le inquieta como ciudadano, hombre, artista. Es en sus lecturas, en su voz que se sale de la ficción para reconocerse, donde se percibe cómo se ha formado el autor que mejor capta hoy en día el realismo de corte social y callejero, político y empresarial. Su libro «Por cuenta propia. Leer y escribir» (2010), serie de ensayos publicados en revistas o leídos en conferencias, fue la oportunidad para ver cómo este escritor concibe sus novelas, advirtiendo que “la narrativa es un arte tan lábil como pueda serlo el sentido de las palabras con que se construye; que no brinda seguridades, ni siquiera en eso de que, en otros oficios, se llama capacitación profesional”.

Solamente los más grandes tienen la humildad de reconocer tales inseguridades. El mismo hombre que dice en esas páginas: «¿Qué es ser artista en el siglo XXI, a quién representa el artista, a quién represento yo cuando escribo una novela?», es el que ha llevado como nadie a la prosa el frenesí de la burbuja inmobiliaria en las dos novelas premiadas citadas. A juicio del catedrático de teoría literaria José María Pozuelo, en representación del jurado del Premio de la Crítica 2014, «En la orilla» «profundiza en la crisis moral y de valores que ha provocado la especulación inmobiliaria en la costa mediterránea, hasta dejar en la orilla a muchas víctimas y construir una sociedad injusta y falsa». Los miembros del jurado han visto en Chirbes un denunciador del desasosiego de una población que ha sufrido los estragos de la debacle económica occidental, en la línea de los grandes autores europeos decimonónicos que supieron retratar la sociedad en todo su espectro social.

Y a la cabeza de todos ellos, y ahora volvemos al Chirbes lector, ensayista, a su inspiración continua: Benito Pérez Galdós. Sobre él habla el autor de «La caída de Madrid» (2000) ─novela sobre la España inmediatamente posterior a la muerte de Franco─ para reivindicarlo como gran maestro novelístico moderno en lengua española. «La Celestina», Cervantes, la relación entre la literatura y la guerra, más las obras, muy especialmente, de los Episodios Nacionales galdosianos, son las referencias inmortales que Chirbes usa para llevar a la actualidad lo que jamás caduca: la desazón del hombre en su época; sensiblemente en tiempos de la Segunda República, la Guerra Civil Española, la posguerra y la Transición. En un tiempo en que priman las novelas de puro entretenimiento y superficialidades personales, Chirbes destaca como uno de esos poquísimos narradores que mira de cara al pueblo, al pasado del pueblo, al presente del pueblo. Es un observador que entiende la narrativa como una inmersión en la historia, lo cual complementa la fusión literaria que él ve ideal: la necesidad de estilo de un refinado Proust con la necesidad de captación urbana de un Balzac.

Esos dos elementos ─un estilo literario notable; un ahondamiento en la realidad circundante palmario─ componen una obra que mira hacia el hoy retomando el ayer. En «Los viejos amigos» (2003), Chirbes exponía las viejas utopías, ya desmontadas, de cuatro antiguos compañeros que en su día habían soñado con hacer la revolución. Inevitablemente, aquellas esperanzas juveniles devinieron humo, que no dejaba ver y hasta asfixiaba. Esa crisis personal y general que abordada ya a comienzos del siglo XX se intensificó con el cataclismo financiero.  Una crisis que pasará y que tendrá testimonios artísticos, recreaciones tan fidedignas y audaces como la de este escritor que, como Dickens, como Galdós, como Hugo, percibió las dificultades de la gente a ras de suelo desde niño y se buscó la vida como pudo en tareas alejadas de lo literario, hasta consagrarse a lo que le ha dado reconocida y merecida gloria.


Publicado en La Razón, 26-IV-2014