En 1829, Washington Irving, «atraído por la curiosidad», como dirá él
mismo, viaja de Sevilla a Granada acompañado de un miembro de la embajada rusa
en Madrid y de un muchacho que les hace de guía y protector ante los peligros
que a buen seguro ofrecerá el itinerario. Un riesgo este –bandidos, criminales,
caminos escarpados– que está dispuesto asumir con agrado, pues «¡qué país es
España para un viajero! La más miserable posada está para él tan llena de
aventuras como un castillo encantado, y cada comida constituye por sí misma una
hazaña». Esta es la España que Irving describirá en sus «Cuentos de la
Alhambra», donde se hace eco de ese pintoresquismo hispano que los visitantes
deseaban ver confirmado en un rincón de Europa que aún parecía albergar parte
del espíritu romántico, desaparecido ya en otros países.
Es la España salvaje, áspera, africana, del primer tercio de siglo XIX,
vista por un anglosajón. Por su parte, Alexandre Dumas,
con motivo del casamiento del duque de Montpensier con la infanta Luisa Fernanda,
emprenderá un difícil trayecto en 1846, plasmado en «De París a Cádiz»: crónicas
epistolares que se irían publicando en la prensa y que reflejan «un país
completamente nuevo», un lugar fantástico que recuerda al Cid y al «Quijote»,
donde destaca Madrid con sus «fiestas, iluminaciones, combates de toros,
ballets», más Aranjuez y Toledo. Son dos ejemplos de cómo dos grandes
escritores del país vecino y de la tradición inglesa se movieron en diligencia,
coche, berlina, mula o caballo por nuestras tierras y escribieron sobre ello.
Y de ese tipo de escritores de
lengua inglesa y francesa que divulgaron los tópicos más certeros y falsos de
la Península Ibérica es fino especialista Tom Burns Marañón. Ya se distinguió
por ello con la edición de este libro en el año 2000, a la que añade ahora un «Prólogo para franceses (que
quedaron injustamente excluidos de “Hispanomanía”», que el ensayista califica
de “divertimento” –en efecto es algo flojo, demasiado informativo y sin su
sello personal, que hará tan atractiva la parte donde estudia a los autores en
lengua inglesa– y en el que aborda tres campos: las relaciones entre Francia y
España en el tiempo de las invasiones napoleónicas; cómo “gracias a la Guerra
de Independencia y a la posterior quiebra de la sociedad española, salieron del
país las muestras del genio artístico español que hasta entonces habían sido el
secreto de palacios y de conventos”; y los pasos españoles de escritores como
Théophile Gautier y George Sand, más el hispanista Maurice Legendre.
Ya en su día, y desde su
“mestizaje anglo hispano”, Burns Marañón advirtió sus intenciones, encomiables,
que dieron luz a los tópicos sobre algunos narradores y su mirada hacia España…
que los propios españoles hemos construido a fuerza de oír siempre los mismos
comentarios sobre ellos: «Lo que quise, y quiero, compartir en “Hispanomanía”
es la “mirada” de un puñado de autores británicos y americanos que en distintos
tiempos y por razones diversas se acercaron a la península y contaron sus
vivencias. Sostengo en este libro que en la percepción de España que
manifestaban los llamados “curiosos impertinentes” en el XIX y sus sucesores en
el siglo pasado había más desinformación e idea preconcebida que otra cosa». De
modo que el libro servirá al lector español para obtener una imagen fidedigna,
con sus contradicciones y rarezas, de autores que tanto quisieron nuestra
nación como Gerald Brenan, Ernest Hemingway y George Orwell.
Es un placer leer a un autor
que habla con conocimiento “desde dentro” de asuntos presumiblemente ajenos que
cobran, sin embargo, una cercanía que da verosimilitud y fuerza a lo escrito
gracias a su sedimento autobiográfico. Burns Marañón, nacido en el seno de una
familia de intelectuales como pocas, y heredera de dos culturas, conoció a los
viajeros que analiza o a gentes de su entorno inmediato, y, amparado en sus
relecturas de toda una vida, nos enseña a leer la España guerrera y torera que
en cierta manera inventó Hemingway en “Por quién doblan las campanas” y
“Fiesta”; demuestra cómo la querencia de Brenan por España respondía más a que
era un lugar barato que a otra cosa y que jamás anheló relaciones autóctonas;
explica cómo fue de determinante la experiencia de Orwell en el POUM para la
redacción de su novela “1984”. Todo siempre con un guiño a los escritores
especializados en las “cosas de España” George Borrow, con “La Biblia en
España” (1842) y Richard Ford, con “Guía para viajeros en España y lectores en
casa” (1844). Y también a un adelantado de su tiempo como Blanco White, que
huyó de una España que consideró intolerante pero que, a tantos extranjeros,
atraería, a lo largo de los dos últimos siglos, por su legendaria aureola de
romanticismo, pasión y belleza.
Publicado en La Razón, 1-V-2014