viernes, 2 de mayo de 2014

Aquellos impertinentes extranjeros


En 1829, Washington Irving, «atraído por la curiosidad», como dirá él mismo, viaja de Sevilla a Granada acompañado de un miembro de la embajada rusa en Madrid y de un muchacho que les hace de guía y protector ante los peligros que a buen seguro ofrecerá el itinerario. Un riesgo este –bandidos, criminales, caminos escarpados– que está dispuesto asumir con agrado, pues «¡qué país es España para un viajero! La más miserable posada está para él tan llena de aventuras como un castillo encantado, y cada comida constituye por sí misma una hazaña». Esta es la España que Irving describirá en sus «Cuentos de la Alhambra», donde se hace eco de ese pintoresquismo hispano que los visitantes deseaban ver confirmado en un rincón de Europa que aún parecía albergar parte del espíritu romántico, desaparecido ya en otros países.

Es la España salvaje, áspera, africana, del primer tercio de siglo XIX, vista por un anglosajón. Por su parte, Alexandre Dumas, con motivo del casamiento del duque de Montpensier con la infanta Luisa Fernanda, emprenderá un difícil trayecto en 1846, plasmado en «De París a Cádiz»: crónicas epistolares que se irían publicando en la prensa y que reflejan «un país completamente nuevo», un lugar fantástico que recuerda al Cid y al «Quijote», donde destaca Madrid con sus «fiestas, iluminaciones, combates de toros, ballets», más Aranjuez y Toledo. Son dos ejemplos de cómo dos grandes escritores del país vecino y de la tradición inglesa se movieron en diligencia, coche, berlina, mula o caballo por nuestras tierras y escribieron sobre ello.

Y de ese tipo de escritores de lengua inglesa y francesa que divulgaron los tópicos más certeros y falsos de la Península Ibérica es fino especialista Tom Burns Marañón. Ya se distinguió por ello con la edición de este libro en el año 2000, a la que añade ahora un «Prólogo para franceses (que quedaron injustamente excluidos de “Hispanomanía”», que el ensayista califica de “divertimento” –en efecto es algo flojo, demasiado informativo y sin su sello personal, que hará tan atractiva la parte donde estudia a los autores en lengua inglesa– y en el que aborda tres campos: las relaciones entre Francia y España en el tiempo de las invasiones napoleónicas; cómo “gracias a la Guerra de Independencia y a la posterior quiebra de la sociedad española, salieron del país las muestras del genio artístico español que hasta entonces habían sido el secreto de palacios y de conventos”; y los pasos españoles de escritores como Théophile Gautier y George Sand, más el hispanista Maurice Legendre.

Ya en su día, y desde su “mestizaje anglo hispano”, Burns Marañón advirtió sus intenciones, encomiables, que dieron luz a los tópicos sobre algunos narradores y su mirada hacia España… que los propios españoles hemos construido a fuerza de oír siempre los mismos comentarios sobre ellos: «Lo que quise, y quiero, compartir en “Hispanomanía” es la “mirada” de un puñado de autores británicos y americanos que en distintos tiempos y por razones diversas se acercaron a la península y contaron sus vivencias. Sostengo en este libro que en la percepción de España que manifestaban los llamados “curiosos impertinentes” en el XIX y sus sucesores en el siglo pasado había más desinformación e idea preconcebida que otra cosa». De modo que el libro servirá al lector español para obtener una imagen fidedigna, con sus contradicciones y rarezas, de autores que tanto quisieron nuestra nación como Gerald Brenan, Ernest Hemingway y George Orwell.

Es un placer leer a un autor que habla con conocimiento “desde dentro” de asuntos presumiblemente ajenos que cobran, sin embargo, una cercanía que da verosimilitud y fuerza a lo escrito gracias a su sedimento autobiográfico. Burns Marañón, nacido en el seno de una familia de intelectuales como pocas, y heredera de dos culturas, conoció a los viajeros que analiza o a gentes de su entorno inmediato, y, amparado en sus relecturas de toda una vida, nos enseña a leer la España guerrera y torera que en cierta manera inventó Hemingway en “Por quién doblan las campanas” y “Fiesta”; demuestra cómo la querencia de Brenan por España respondía más a que era un lugar barato que a otra cosa y que jamás anheló relaciones autóctonas; explica cómo fue de determinante la experiencia de Orwell en el POUM para la redacción de su novela “1984”. Todo siempre con un guiño a los escritores especializados en las “cosas de España” George Borrow, con “La Biblia en España” (1842) y Richard Ford, con “Guía para viajeros en España y lectores en casa” (1844). Y también a un adelantado de su tiempo como Blanco White, que huyó de una España que consideró intolerante pero que, a tantos extranjeros, atraería, a lo largo de los dos últimos siglos, por su legendaria aureola de romanticismo, pasión y belleza.

Publicado en La Razón, 1-V-2014