Uno que ha
pisado una playa negra en Islandia, oliendo el polo norte y
sintiendo el sol de medianoche, que ha caminado por la Gran Muralla China hasta
que el calor lo echó sin piedad, que ha oteado el océano desde el mismo cristal
por el que miraba Pablo Neruda en Isla Negra al despertar, que acude al Caribe
con la frecuencia de un devoto de lo realista maravilloso, que miró la lluvia
caer sobre Hong Kong y sus neones de colores, que ha oteado las inmensidades
urbanas desde los rascacielos más imponentes del Este norteamericano,
que fue a ratos un irlandés melancólico en Dublín, un holandés sobrio y plácido
en Amsterdam, un venezolano sonriente en Caracas, un cubano austero y poético en
La Habana, un perseguidor de Juan Ramón Jiménez y Pedro Salinas en Puerto Rico,
no puede estar más de acuerdo con lo afirmado por Nita Sáenz en el libro,
novedad de estos días, Viajar, sentir y pensar (Editorial UOC). Ella, como el poeta chileno al que antes mencioné, también confiesa que ha vivido justo al darse
cuenta de que está embarcada en lo que comúnmente llamamos Vida, que ya en sí
mismo es el más extenso y denso e intenso viaje. Dentro de su tren metafórico, en las vías del texto “Subir al tren… de la vida”, que cuenta con un sabio
epígrafe de Platón, mira “a través de la ventana del vagón, y con el acompasado
ritmo de metrónomo de las vías, la vida se encuentra en todo su esplendor,
zanganea suavemente tumbada con sus curvas al sol, tranquila, serena, sensual”.
Ese viaje, el
de la contemplación, ya basta. Pascal abogó por quedarse en el interior del
hogar, y su admirado y envidiado Montaigne, paradigma de aquel al que acusaban
de encerrarse en su torre, fue un viajero curioso hasta donde su enfermedad
renal le dejó. El parcial sedentarismo de estos pensadores entronca con el
forzado del Xavier de Maistre que, a finales del siglo XVIII, escribió su Viaje alrededor de mi habitación,
mientras sufría un arresto domiciliario de seis semanas. A esto último alude
Josep M. Català en su colaboración a este libro de gratificante objetivo
humanitario, que reúne treinta y dos prosas y cuyos beneficios están dirigidos a
la Fundación Tarahumara José A. Llaguno ABP: “Fundada en 1992, tiene como
misión promover el desarrollo comunitario de la Sierra Tarahumara”, en el
estado mexicano de Chihuahua, donde habita un grupo indígena de forma harto
precaria. La compra de este pequeño gran volumen ayudará
en el desarrollo de cuatro programas: nutrición infantil, financiación de
estudios, uso de recursos naturales e incremento de producción de alimentos.
Viajar, sentir
y pensar, perteneciente a la colección Cuadernos Livingstone. Experiencias de
Viajeros, ha sido coordinado por José Manuel Pérez Tornero y Santiago Tejedor (a la sazón responsables del también reciente y estupendo Viajar a través de las leyendas, igualmente con un proyecto solidario detrás),
que habrán propuesto a sus colegas un concepto desde el que partir. De ahí que
cada crónica viajera nos brinde los más variados asuntos que surgen, perturban,
excitan el viaje: la aventura, la curiosidad, la sorpresa, el desencuentro, el
amor, la duda, el terror, la soledad, la alegría… Jordi Serrallonga reflexiona
sobre su naturalismo africano, Plàcid García-Planas escribe sobre Libia, Pepa
Roma se pregunta qué hace en Bombay, Lluís Pont detalla cómo recorrió diecinueve
países de África durante ciento treinta y dos días, México toma cuerpo gracias
a la inquietud trascendental de Jaume Mestres y a la divagación sobre el miedo
de Lorenzo Fernández Bueno, Gabriel Jaraba, visitando Colombia, entendió que “América
era otro mundo”, ciertamente. Porque en definitiva, lo concluyente, lo que
nutre el viaje del paisaje más certero, es lo que afirma Lluís Pastor en el
primer párrafo de su texto “La certeza de un nuevo yo”: “La certeza de un viaje
es que vas a encontrar otras almas. El motor de un viaje es siempre un vector
que lleva a los otros. Y también hacia un nuevo yo”.
Tanto Pastor como Sáenz, viajeros desde la mirada interior, no necesitan someterse al recuerdo de una tierra lejana y exótica para “viajar, sentir y pensar”; el primero reflexiona con precisión sobre el viajero, ese que en su devenir experimentará un nuevo yo, una nueva imagen de sí tras el contacto con el otro, con lo otro; la segunda, en su brevísimo “La decisión”, el de mayor calado literario sin embargo de todo el libro, se mira hacia dentro, constatando que, tras cinco décadas, “el viaje será otro” (la otredad, pues, como médula espinal del viaje, sedentario a lo Pascal, voluntarioso a lo Montaigne). Aquel que, “sin tapujos ni disfraces”, se plante ante la vida cara a cara. Como si el pasado fuera solo una larga espera del tren que, por fin, pasa delante de nosotros justo cuando estamos preparados para subirnos a él.
Tanto Pastor como Sáenz, viajeros desde la mirada interior, no necesitan someterse al recuerdo de una tierra lejana y exótica para “viajar, sentir y pensar”; el primero reflexiona con precisión sobre el viajero, ese que en su devenir experimentará un nuevo yo, una nueva imagen de sí tras el contacto con el otro, con lo otro; la segunda, en su brevísimo “La decisión”, el de mayor calado literario sin embargo de todo el libro, se mira hacia dentro, constatando que, tras cinco décadas, “el viaje será otro” (la otredad, pues, como médula espinal del viaje, sedentario a lo Pascal, voluntarioso a lo Montaigne). Aquel que, “sin tapujos ni disfraces”, se plante ante la vida cara a cara. Como si el pasado fuera solo una larga espera del tren que, por fin, pasa delante de nosotros justo cuando estamos preparados para subirnos a él.