Solamente hasta el año pasado, cuando su
salud se deterioró pero pudo ver publicado la que iba a ser su última obra, “El
caudal de las noches vacías” (editorial Martínez Roca), Mercedes Salisachs dejó
de escribir. Falleció ayer en la clínica Teknon de Barcelona, a los noventa y
siete años, después de una vida fecundamente entregada a la narrativa, en la
que tuvo múltiples reconocimientos y un caudal fiel de lectores que siguieron
su andadura absolutamente excepcional: hasta diez obras publicó en lo que va de
siglo, en un ejemplo de trabajo incansable, de instinto literario sin fecha de
caducidad. Por esa longevidad y permanencia artística, por ser una mujer que reflexionó
sobre algunos de los acontecimientos más importantes de la pasada centuria, que
recorrió el mundo –hablaba seis idiomas– y escribió en castellano en su
Barcelona natal, llegando a ser incómoda para el poder local por sus
declaraciones honestas y políticamente incorrectas, su perfil es del todo
irrepetible.
Si en «La conversación» (Ediciones B,
2002), la autora incidía en la lucha entre lo que se dice y lo que se calla
–metáfora de la escritura, alegoría de lo que es convivir–, en «Desde la
dimensión intermedia», publicada al año siguiente, Salisachs optó por la
dimensión fantástica que proporciona el estado de coma que sufría su
protagonista, en busca de la verdad interior. Estos dos ejemplos sirven para
conocer el trasfondo de toda su narrativa: tramas en las que las relaciones interpersonales
son el núcleo de un contexto social marcado y adscrito a la realidad de cada
momento. En estas novelas, se establecían sendos estudios de la personalidad,
mediante la charla de dos desconocidos, Eladio y Daniela, durante un vuelo
trasatlántico, y con el íntimo discurso de un moribundo, un exitoso y
comprometido escritor al que unos terroristas de ETA habían disparado en el
parking de su casa. Ahí nacía el hilo conductor de la extensa historia de su
vida, introducida y concluida por los intersticios que sugieren el lugar
intermedio entre la existencia y la muerte, «la sombra y la luz», y a la vez el
texto se convertía en una crónica sociológica de la España franquista, desde la
adolescencia del personaje principal hasta el presente democrático y salpicado
de violencia, reclamando entre líneas el lema apuntado al inicio: descubrir el
modo de vivir de verdad.
Y Salisachs supo mucho de vivir de
verdad, en verano frente a la luz de su casa de Cadaqués, donde conoció a Dalí,
en su casa de la burguesía catalana que la vio nacer en 1916. Primero vinieron
los estudios de Comercio, luego su matrimonio con un industrial barcelonés,
José María Juncadella Burés (desaparecido en 1993), al cual había conocido
cuatro años antes durante un período de vacaciones en Lausanne. Huida a San
Sebastián, donde se queda hasta la toma de Barcelona en plena Guerra Civil. Cinco
Hijos. Retazos biográficos que preceden lo que será su primera novela en 1955,
"Primera mañana, última mañana", firmada con pseudónimo. Pero el éxito
lo alcanzaría con “Una mujer llega al pueblo” (1956), que gana el Premio Ciudad
de Barcelona, y ya publicará sin cesar, compaginando su vocación literaria con
su dedicación profesional desde 1964 al mundo de decoración. Salisachs
desarrollará una trayectoria firme, constante, y siempre con grandes desafíos
narrativos: en “El declive y la cuesta” (1966), se inspira en la muerte de
Cristo, y con “La gangrena” gana el Premio Planeta en 1975.
Esta es su obra cumbre. Ambientada en
Barcelona, desde el periodo de la dictadura de Primo de Rivera hasta mediados
de los años setenta, conocemos la historia de Carlos Hondero, un tipo atrevido
y desalmado. La profundidad de sus pesquisas psicológicas, la elegancia en su
decir, van a ser los elementos de una literatura que seguirá recibiendo
parabienes: en 1983, el premio Ateneo de Sevilla con “El
volumen de la ausencia”, y en el 2004, el premio Fernando Lara con “El
último laberinto”. Galardones que cimentarán su tremenda popularidad y que, más
allá de lo que significan a efectos comerciales, y de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio que
recibió en 1999, no serán tan importantes como el mayor de un escritor: la lealtad
de una gran cantidad de lectores atraídos por sus libros donde el sentimiento,
lo humano, era el protagonista indiscutible, donde lo novelesco se producía en
el diálogo y en los recovecos del alma.
Publicado en La Razón, 10-V-2014
Posdata: hace un año, tuve ocasión de
recibir la capotiana de Mercedes Salisachs, en la que tal vez fue su última
entrevista, tras publicar el que sabía iba a ser su último libro. Con 96 años,
su lucidez e inteligencia estaban intactas.