“Una ciudad franca en la Europa nazi”.
Así reza el subtítulo de esta obra que nos abre a un lugar que el lector en
principio no relacionará demasiado con los asuntos de la Segunda Guerra Mundial
pero que, muy al contrario, tuvo una función destacada. Su autor va en seguida
directo al grano, cuando, ya en la primera página, que toma como referencia las
líneas iniciales de uno de los guiones más famosos del cine, clarifica así el
objetivo de su investigación: «“La ruta de Lisboa” cuenta la historia de
refugiados que, al igual que Ilsa y Victor Laszlo en “Casablanca”, huyeron a
Lisboa durante la guerra y transformaron la tranquila ciudad portuaria del
borde del continente en la última puerta abierta que tenía la Europa ocupada
para alcanzar la libertad». La penúltima escala de los refugiados, antes de
alcanzar la capital portuguesa, era la ciudad marroquí. Así que parafraseando a
Humphrey Bogart, podría decirse: “Siempre quedará Lisboa”. Como esperanza de
lugar neutral para tantos europeos que escaparon de las garras nazis y
encontraron allá una tierra próxima y neutral.
El papel de Lisboa como puerta de entrada
y de salida de la guerra ya se nos asomó el año pasado mediante el libro “Garbo
el espía”, en el que Stephan Talty contaba la vida absolutamente increíble del
catalán Joan Pujol, quien atento, gracias a la emisora de radio BBC, a los
avances de Hitler, en sus propias palabras «un maniaco, brutal e inhumano», resolvió
que tenía que intervenir para frenar a ese «psicópata». Así, se ofrecería
voluntario a los Aliados, pondría en marcha su plan sin saber absolutamente
nada del mundo del espionaje y acabaría ofreciéndose a los alemanes, para
conocerlos y derrotarlos desde dentro, e informar a los británicos. Como así
ocurrió, pues Pujol se encargaría de confundir a los nazis –con la ayuda de su
mujer, tan valiente y despierta como él– al respecto del sitio donde iban a
entrar las tropas americanas en Europa, lo que acabaría siendo el desembarco de
Normandía.
Pues bien, según cuenta Talty, en el
Casino de Estoril coincidieron en 1941 dos personalidades del mundo de la
ficción novelesca y Joan Pujol. Graham Greene, que por entonces trabajaba para
el Servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido, «aprovechó su estancia en
la ciudad para reunir material para sus novelas de espionaje, entre ellas “Nuestro
hombre en La Habana”, inspirada en la vida de Pujol». El otro novelista que
estaba allí era Ian Fleming, el creador de James Bond, que «perdía sus escudos
en el juego mientras ayudaba a planificar la operación Golden Eye para la
inteligencia naval británica» (de aquello iba a surgir la primera novela de
007, «Casino Royale»). Los tres personajes aparecen en las páginas de Weber,
vívidas, emocionantes, sobre una ciudad en la que llegaban grandes oleadas de
huidos que, sin embargo, sufrían un limbo desesperante: “La ciudad los liberaba
de la guerra, pero también los paraba en seco, sin más fronteras que cruzar,
con sólo el mar abierto ante ellos y medios limitados de alcanzar la otra orilla”,
escribe Weber.
Tanto es así que muchos tenían que
esperar durante meses una definitiva libertad –sobre todo, hacia Estados
Unidos, cuyo consulado estaba colapsado de solicitudes– entre todos aquellos
que, amparados por la libre circulación de ciudadanos que se permitía, pasaban
por allí para todo tipo de acciones políticas, informativas o conspirativas:
“corresponsales, diplomáticos, hombres de negocios, mandos militares, agentes
secretos, contrabandistas, prisioneros canjeados”. Weber explica el calvario
que el refugiado tenía que pasar para reunir la documentación adecuada para
llegar a Portugal, y la amabilidad del pueblo luso, que sin duda no ha recibido
el reconocimiento merecido por ello; los datos no son definitivos, pero se cree
que varios cientos de miles de refugiados encontraron un refugio en Lisboa y
sus alrededores. Aparecen las incursiones de la Gestapo, las acciones de los
judíos ricos en la ciudad, las maniobras del presidente Salazar para poner en
marcha su “dictadura nacionalista”, el paso del escritor pacifista Arthur
Koestler, huido de París a Lisboa…
De tal modo que, siguiendo los pasos de
prestigiosos escritores, como Thomas Mann con su familia –y de otros
desconocidos para nosotros–, pero también científicos, pintores o cineastas,
Weber sitúa al lector en plena fuga, a veces en rutas nacidas para aprovechar
la necesidad ajena y hacer negocio, como el caso de una naviera que conectaba
Lisboa con Nueva York y que hacinaba a los tripulantes a cambio de un precio
desorbitado. Durante unos pocos años, por tanto, Lisboa se iba a convertir en
un escenario con algunas de las mayores celebridades del mundo del teatro, como
Noël Coward, del cine, como Jean Renoir, o de la literatura y la acción bélica,
como Saint-Exupéry. Todos tendrían que esperar a que se tramitaran sus visados,
aferrándose a sus identidades pasadas y a la nueva vida que les esperaba al
otro lado del mundo, lejos de la guerra.
Publicado en La Razón, 8-V-2014