Pabellón Magariños, Madrid, el pasado otoño
La trágica muerte de Carlos Montes, en accidente de
tráfico, me lleva a la película de mi pasado: estoy delante de la tele, con
doce o trece años, viendo el primer «all stars» de la liga española de
baloncesto. Es 1985. Es un tiempo desmesuradamente estúpido, triste, cohibido,
lanzado al desánimo, preparándose para las desgracias, en el que alguien me
anota en su lista de inminentes defenestrados. Pero está el basket. La calle. Jugar
en silencio todo el día. El barrio huele a pobreza inagotable, a fealdad imposible
de erradicar. Y en el colegio, las notas son inaceptables, desmoralizantes, y
no hay manera de encajar en ningún sitio, salvo uno: hay un aro a 3,05 m de
altura siempre al alcance en algún parque, y la calle no cierra, su puerta
siempre está abierta para huir. Y huir tiene un destino: botar un balón, lanzar
a una canasta.
En Don Benito, pequeña localidad cuyo pabellón es
minúsculo para acoger este tipo de eventos deportivos, se celebra, con una
dosis encantadora de amateurismo, el primer concurso de mates de la historia de
la ACB. Lo revisito ayer a primera hora en YouTube, cuando me entero de la
muerte de Carlos Montes, el potente escolta del Estudiantes y después de otros
equipos del sur. Él participó, y con gran dignidad. Con poco más de 1,90 de
estatura, era capaz de meterla para abajo, y de espaldas con rectificado. No
llegó a la final, en la que compitieron Wayne Robinson, el gran pivot del Real
Madrid, el bueno de Anicet Lavodrama, aún muy vinculado con el baloncesto de
acá, y el ganador, David Russell, también del Estudiantes, que saltó encima de
un niño en el machaque definitivo. Era otra época, veo, con mates notables pero
sin apenas imaginación ─precisamente Montes fue el más innovador con uno en el
que botaba el balón y luego lo recogía en el aire para machacar─, algunos de
ellos no más espectulares que algunos que se hacen en los partidos de liga. Con
decir que el acontecimiento estaba patrocinado por una marca de tabaco y otra
de bebida alcohólica de alta graduación ya se ve claro que eran otros tiempos.
Pronto hará treinta años de aquello. Y no parece que fue ayer. Es que en verdad
hace un instante que estaba viendo la televisión, que estaba viendo a Carlos
Montes, vivo, saltando, vivo, siendo todo un pionero en algo que sólo hacían
los americanos y que mereció mucha mejor nota de la que le puso el jurado.
Estará de acuerdo la Demencia, la afición estudiantil del Magariños, conmigo.
Descanse en paz, él, y todo aquel recuerdo.