Ayer mi compañero Miguel Ayanz publicaba en La Razón un artículo que solo hace que
confirmarme lo que pasa cada año con mayor intensidad: la muerte de eso que se
entiende por Literatura, muerte que ubicó Germán Gullón en su excelso Los mercaderes
en el templo de la literatura en el 2000. Así, cada celebración del día de Sant
Jordi en Cataluña, cada feria del libro grande, es un paso más para ese funeral
al que asistimos de libro literario en beneficio del libro del presentador de
turno de televisión. Ayanz, a partir de la Feria del Libro de Madrid, repasaba algunos de los individuos que, amparados en
la popularidad de la telebasura o de los telediarios, ya tienen una aceptación
editorial directa. El periodista daba voz a algunos responsables de editoriales
y estos, a mi parecer, decían una absoluta mentira: el hecho de que la novela
de X o Y, si no es buena, no reporta buenas ventas más allá de una semana, para con ello justificar que haya visto la luz.
Claro que no, en un país de exigencia lectora subterránea, que compra libros
porque toca hacerlo un día señalado para luego coger polvo en un estante, en el
que todo es entretenimiento y el concepto de cultura que nos quieren colar es
sentarse delante de una pantalla una hora y media para ver una película, la
gente compra con el impulso del que quiere poseer algo de la persona que le
hace compañía desde la tele. De modo que ese libro, del presentador de
telebasura X, del maniquí Y que lee un telepronter en el telediario, se venderá
mucho mientras esté en las mesas de novedades de las librerías o haya, como
estos días, una feria del libro. Una feria del libro que, con la absoluta
omnipresencia de esos libros sin la menor calidad literaria y que sirven para
inflar egos y sacar oportunidad artística de una exposición fortuita en los medios de
comunicación —por no hablar de aquellos que escriben sin tener la más mínima
idea del tema que tratan, que dan un nuevo sentido al concepto de vergüenza ajena—,
contaminan los árboles, los
estanques, las flores del Parque del Retiro que tan bien estaban allí, sin esa
cultura artificial que nos quieren vender y que ha logrado apartar del camino
la verdadera, que yace moribunda, a la espera de una resurrección que nunca sucederá.