Al igual que en el caso de Fernando Pessoa –que
acumuló miles de páginas sin publicar en un baúl–, y en el de Juan Ramón
Jiménez, cuya infinita obra en marcha siempre depara sorpresas en alguna
carpeta olvidada, con Pablo Neruda también se tiene la sensación de que su
ingente poesía tiene nuevos recovecos que explorar. Desde los ventanales de su
despacho, Darío Oses, exquisito narrador y director de la Biblioteca de la
Fundación Neruda, contempla la ciudad de Santiago de Chile al tiempo que vive
el microcosmos poético y vivencial que representa la fascinante La Chascona, antigua
casa del poeta repleta de objetos llamativos y hoy museo. Así, en una sala
colindante trabaja el que ya editó unas Cartas de amor a Matilde Urrutia
(1950-1973) hace cuatro años, correspondencia inédita mezclada con notas,
dibujos y postales de Neruda, enterrado por cierto frente a su otro hogar en
Isla Negra –también de visita inexcusable por reunir mil y una curiosidades que
al autor le gustaba coleccionar–, a unos pocos metros del océano Pacífico.
Pero hallar obra antigua desconocida de Neruda no es
algo nuevo, lo saben bien en la editorial Seix Barral. Sucedió con las prosas
autobiográficas de Para nacer he nacido (1978), editadas por su viuda, con El río invisible. Poesía y prosa de juventud (1980), donde Jorge Edwards ordenó la obra
nerudiana, de adolescencia y juventud, que no había sido recogida antes en
libro, estando desperdigada en periódicos y revistas o en los apéndices de sus
obras completas. Y lo mismo sucedería con El fin del viaje (1982) y con Cuaderno de Temuco (1996), volumen con textos
de los años 1919-1920 de extraño destino, pues había acabado subastándose en
Sotheby’s por parte de un familiar del poeta antes de que Urrutia pudiera
recuperarlo.
Jaime Quezada, director de los Talleres de Poesía de la
Fundación, autoridad mundial en lo que respecta al premio Nobel 1971, habla del
descubrimiento como de «“cajas inéditas”, muchas veces borradores o versiones
sobre un mismo tema que el autor deja de lado u oculta en su diario afán de
escritura (recuérdese que Neruda escribía día a día)», las cuales sin duda
«serán materiales para un nuevo libro, sin duda, con todo su interés editorial para
tantos y muchos lectores del autor de Residencia en la tierra y, por sobre todo, para los estudiosos e
investigadores nerudianos de aquí o allende los mares». Estudiosos que han sido
y serán legión, y que ansiarán que se abra el tesoro póstumo de un poeta que
aún escribe, fuera del tiempo, versos que aparecen mágicamente.
Publicado en La Razón, 19-VI-2014