Pisar una
simple calle puede ser motivo de recuerdo turbador en cualquier libro de
Modiano; pero tal vez nunca se vea esto tan claro como en este libro original
del año 2003, “Accidente nocturno”, el cual ve la luz junto a otro en nueva
traducción de María Teresa Gallego Urrutia, también en Anagrama, “Libro de
familia”, de 1977: un ejercicio de memorias en el que el último premio Nobel
revisa recuerdos familiares, su relación con el cine, con la París ocupada por
los alemanes, su propia paternidad… mediante un género narrativo mitad
novelesco mitad anecdotario autobiográfico.
Pero ahora nos
compete más ese “accidente” con el que su víctima, un veinteañero callejero con
un pasado intimidante con su padre, y huérfano de madre, se va obsesionando a
medida que trata de averiguar algo más de la mujer que lo embistió con su coche
y lo lesionó al punto de ser ingresado en un hospital. Todo lo cual inspira una
investigación: urbana, bibliográfica, pero también del propio pasado, mezclada
con el mundo trascendente de los sueños del personaje, enfocado en nombrar el
rostro anónimo que se cruzó con él, decidido en buscar simbólicamente un punto
de inflexión en su vida.
El factor de
desasosiego, que Modiano activa a partir de un estado particular (un paseo, una
convalecencia hospitalaria, ver peces en un acuario) y, de forma muy singular,
a través de los olores, cual magdalena proustiana del olfato, se hace patente
en un pasaje en el que el mero hecho de andar por una calle significa recordar
el “desasosiego que me causó la primera vez”. El desasosiego no se ha ido, y
entonces emerge “la sensación de estarme colando en un mundo paralelo, fuera
del tiempo”. El tópico del puzle que hay que encajar aquí es necesario, por más
que obtengamos al alejarnos una imagen borrosa de lo que se ha quedado formado.
Puzle seguramente tedioso para algún nuevo lector, pero hipnótico probablemente
para los incondicionales del autor.
Publicado en La Razón, 11-XII-2014