Muere Joan Barril, a una edad en la que en
mi niñez un hombre entraba en la tercera edad pero que hoy se considera absoluta e
indiscutiblemente joven. Es una de esas muertes que apena no solo por lo
temprano sino porque el periodista y escritor catalán era ejemplo de bonhomía,
de amor por su profesión y por los libros, de forma palpable mediante sus
programas de televisión. Nunca olvidaré L’illa
del tresor, una de esas ocasiones tan escasas en que merece la pena
encender la caja tonta. Tal vez el único programa televisivo de carácter poético
que ha existido. Una auténtica maravilla de sencillez, delicadeza, travesura,
juego de diseño y lenguaje, de performance teatral: en suma, de poesía cercana y humana.
De una sección de aquel espacio surgió el libro Bons propòsits (o fue al revés, no recuerdo), que mi más viejo y querido amigo me regaló en el
año 2002. Ahora lo abro, apenado por la desaparición de un hombre al que ni
siquiera conocí personalmente y ni tan solo leí, como mucho algún artículo que
otro de pura casualidad, y leo el primer “buen propósito” de entre todos esos
aforismos de intenciones juguetonas, amables, románticas y fabulosamente
infantiles que creó junto al coautor de L’illa
del tresor, el director de teatro Joan Ollé: “Ir a vivir a una playa más
bien pequeña. De día, contar los granos de arena y de noche, contar las
estrellas. Después, disponernos a morir tranquilos”. Que tu viaje a la muerte,
pese a la enfermedad sufrida, haya sido tranquilo, Joan Barril. Te lo hubieras
merecido sobradamente.