Desde el refranero habitual o el lenguaje de los medios de
comunicación hasta las adaptaciones al cine ─la última de Ridley Scott, llegada
aquí hace escasas fechas con el título de «Exodus» y que no hace olvidar el
clásico «Los diez mandamientos», con Charlton Heston abriendo las aguas como
Moisés─, nuestra vida, huelga decirlo, está empapada de referencias bíblicas,
tanto en la cotidianidad oral como en el arte escrito y visual, tanto en el
área más banalizada como en la sagrada. Más allá del laicismo y la religiosidad
de cada cual, del contraste entre el calendario popular de fiestas cristianas y
el desconocimiento cultural generalizado de sus orígenes, la Biblia y su
poderosa literatura y sus infinitas interpretaciones son parte de nuestro mundo
enteramente. «Es patrimonio de la humanidad», como remarca Guadalupe Seijas en
el primer texto ─«Aproximación al estudio de la Biblia»─ de este volumen que ha
querido cubrir un gran vacío que existía en nuestra bibliografía, esto es,
tener al alcance una historia de la literatura hebrea y judía como en el caso
de otras grandes tradiciones literarias de otras lenguas.
La estudiosa citada ha coordinado la labor de veinticuatro
profesores universitarios ─más de la mitad, profesoras─, cada uno de los cuales
aporta un trabajo especializado, a partir de una etapa o lengua determinada,
con el arduo objetivo de presentar tres mil años de
literatura en lengua hebrea en los que caben obras narrativas, poéticas,
científicas y filosóficas, acogiendo además creaciones de autores judíos que
escribieron en lenguas propias como el sefardí y el yídis, o incluso en griego
y árabe. Así, la relevancia del libro no radica sólo en ser un manual útil y
novedoso, sino en acercar al público una serie de autores totalmente desconocidos
─excepto los que surgen en el apartado «La generación del Estado», con Abraham
B. Yehoshúa y Amos Oz, aún muy activos─ o presentar perspectivas muy
específicas, como la que versaría sobre la literatura rabínica y la judeoárabe,
la poesía y narrativa hispanohebreas, la «literatura apologética y de
polémica», la cábala y la mística, el jasidismo… Todo desde parámetros
literarios y tomando como núcleo y raíz la Biblia, de evolución y
ramificaciones profundas.
No en balde, como dice Julio Trebolle en el capítulo «El
proceso de formación de los libros bíblicos», la Biblia hebrea se formó a lo
largo de un milenio, «a partir de tradiciones orales y escritas ampliadas y
puestas al día a lo largo de varios siglos», y con una estructura literaria de
prosa y verso que mezclaban «géneros literarios yuxtaponiendo o relacionando
textos legales, narrativos, proféticos, sapienciales y apocalípticos (…)
anclados en la historia política y social de israelitas y de judíos al vaivén
de los grandes imperios asirio, babilonio, persa y helenístico-romano», e
incluso «en estrecho contacto con la literatura de los pueblos del antiguo
Oriente». Sin duda, conocer este tipo de influencias y enigmas, de modelos y
genealogías, es lo más interesante de un libro que no deja de recordar que la interpretación
de los textos sagrados es práctica asidua entre los judíos de todos los
tiempos. De ahí que estemos ante una literatura tan antigua como voluble, tan
enraizada como viva. Por algo los rabinos, como apunta Mariano Gómez Aranda en
«La exégesis medieval», decían que la Biblia tenía setenta caras, «es decir,
una pluralidad de sentidos».
A este respecto, no podemos evitar relacionar este enfoque
de análisis histórico-literario con el que llevó a Joan F. Mira a realizar la
traducción en catalán de los «Evangelios» (2004), «porque
forman un libro magnífico que el público ignora, porque las traducciones que
hay no me convencen como lector de literatura, y porque estoy convencido de que
la importancia cultural de la obra que conocemos como “Nuevo
Testamento” merece una versión nueva y diferente».
Y esa era la cuestión: lograr una versión «literaria, y no doctrinal ni
dogmática, de los evangelios y otros textos neotestamentarios», adaptando los
mismos criterios que se habrían aplicado a la traducción de un texto narrativo,
teatral o poético de la literatura clásica, concluía. Esta mirada no
estrictamente religiosa, lejos de traicionar el canon lingüístico del creyente,
se abre a nuevos lectores, escépticos, al brindar belleza simbólica e historias
narrativamente insuperables.
Pero si bien es muy socorrido resaltar la
importancia de lo bíblico en el libro por razones obvias, lo cierto es que la
pléyade de expertos que colaboran en el volumen pone el acento en otros muchos
asuntos. Lorena Miralles define el judaísmo rabínico, que bien podría llamarse
normativo “porque en él encontramos el marco legal que ha regido, y lo sigue
haciendo, la vida comunitaria y la religiosidad judías”, y también porque “en
él se expresó la tradición autorizada en la que se ha de fundamentar la
existencia del ser humano en sus múltiples facetas”. De modo que toda esta
cultura antigua, letrada y oral en torno a la Torá y al Moisés en el Sinaí, se
asocia con la cotidianidad de sus adeptos. Como de actual y objeto de renovados
estudios es la obra del poeta Yehudá ha-Leví, perteneciente al sistema
sociocultural judeoandalusí de la Tudela del siglo XI, y al cual se encarga de
destacar Aurora Salvatierra.
Y es que investigar toda esta literatura
significa adentrarse, por ejemplo, en la Gerona y el Toledo medievales,
alrededor de sus grupos de cabalistas, entender la imbricación de los sistemas
filosóficos y científicos judíos conectados con las tradiciones islámicas de
forma dependiente incluso. Al-Andalus de repente aparece como un mini mundo
globalizado, donde culturas diversas y tremendamente complejas desembocan en un
poso común de lengua, libros y amor por el pasado y el arte del que aún somos,
en buena parte, deudores.
Publicado en La Razón,
31-XII-2014