Galardonada con el VI Premio Málaga de Ensayo, «Una historia no académica de la biografía. Entre Marcel Schwob y la tradición hispanoamericana del siglo XX», como reza el subtítulo, presenta otra forma de adentrarse en la historia de la literatura, original y atractiva, a partir de la modalidad narrativa de «lo real posible». Cristian Crusat, con el referente de su autor fetiche, Marcel Schwob, del que editó y tradujo los ensayos críticos «El deseo de lo único. Teoría de la ficción» (Páginas de Espuma, 2012), rebusca en los vericuetos de lo que hizo de forma pionera el escritor francés con sus «Vidas imaginarias», en 1896. Todo un microgénero éste que se fue desarrollando desde entonces con especial inspiración en América Latina, desde los «Retratos reales e imaginarios» (1920), de Alfonso Reyes, hasta «La literatura nazi en América», de Roberto Bolaño, como va apuntando el autor.
Así, «al componer este tipo de biografía, los autores hispanoamericanos no hacen más que aproximarse, aunque de un modo innovador, a la principal pregunta que ocupa a la literatura: qué es una vida, la vida, qué puede ser, y cómo se convierte en literatura». El testigo de Schwob fue tomado por el Borges –su «principal receptor»– de «Historia universal de la infamia», como ejemplo más ilustre de cómo jugar artísticamente con la realidad, en coordenadas metaficticias, combinando ficción e «historia». Para comprender tales ejemplos, Crusat acude, además de al Schwob que defiende la idea de que la biografía es todo un arte, y al que dedica toda una sección, a cumbres de esta clase de prosa como Diógenes Laercio («Vidas de los filósofos ilustres»), John Aubrey («Vidas breves»), James Boswell («Vida de Samuel Johnson) y Thomas De Quincey («Los últimos días de Emmanuel Kant»).
Lo interesante es que, a partir de «esta excéntrica historia no académica de la biografía, informada y pasional que aquí se plantea», el lector recorre ciertos periodos de la historiografía literaria de forma transversal, conociendo cómo se entrecruzan los géneros a finales del siglo XIX en Francia, por ejemplo. Crusat, abundantemente documentado, demuestra cómo se fueron difuminando las fronteras entre lo biográfico y lo histórico desde la Antigüedad y cómo el género se hizo consciente de sí mismo ya en nuestra era moderna, fundiéndose con el concepto de literatura, con lo humanístico. Toda una tradición específica, esta de la «vida imaginaria», que por fin tiene un denso y audaz análisis ensayístico.
Publicado en La Razón, 12-II-2015