He aquí dos de
los artistas actuales que más admiro. Uno de ellos es el inglés John
Lanchester. Reseñé, absolutamente maravillado, su novela Capital, para mí sin duda alguna una de las mejores que llevamos de
siglo y la que mejor refleja nuestro tiempo dominado por la especulación (la económica
que origina otras de alcance moral, familiar, etcétera). Lanchester (nacido en
Hamburgo en 1962 pero educado en la India, Hong Kong y Oxford), trabajó en la
City londinense como experto financiero, y ese conocimiento directo de los
intríngulis del ambiente de la circulación de dinero lo extendió de forma increíblemente
inteligente y talentosa a esa gran novela. Ahora, se publica un volumen
necesario, magnífico, indispensable ya para movernos en las arenas movedizas de
la información que nos salpica a todos y que tiene al euro y al dólar –con el
permiso de la libra, el yuan y el marco alemán– como la pareja de moda
perpetua: Cómo hablar de dinero, un glosario de términos económicos seguido de
un ensayito donde Lanchester acerca al profano los tecnicismos que nos quieren
colar para hablar de asuntos que no quieren ser claros y diáfanos
intencionadamente. Lanchester lo advierte y destapa tamaña hipocresía, ayudando a
entender lo que es a menudo incomprensible para los ciudadanos que no saben de
economía y a la vez están sometidos a su implacable tiranía.
El otro
artista al que me estoy refiriendo es Miguel Brieva, del que ya me ocupé tiempo
atrás, incluyendo aquí su entrevista capotiana, y glosando su revista Dinero
para una de mis crónicas neoyorquinas. Dibujante portentoso, dueño de una
mirada para analizar la situación sociopolítica inigualable, Brieva es uno de
los críticos más contundentes de lo que significa ser persona en estos tiempos
frívolos, deshumanizados, tecnológicos, injustos con los que menos tienen. Cada
uno de sus álbumes los conservo como tesoros, como guías perfectas para mirar
en derredor con ánimo humorístico y asimilar la crueldad política, la incultura
que nos rige y la destrucción del planeta. Ahora aparece su primera novela
gráfica, Lo que me está pasando,
subtitulada Diarios de un joven
emperdedor. Nunca antes había abordado Brieva un relato largo de estas
características; a mi juicio, se hace farragoso, y el humor no impera como arma absoluta,
por más que haya intentado reflejar la manera en que un joven se adentra en el
mundo laboral en balde, pues no hay sitio para él. La técnica artística sigue
siendo fabulosa, y sus genialidades se dejan adivinar viñeta tras viñeta, como
por ejemplo acuñando el término crisismo, aquello en lo que parece que ya nos
hemos asentado para no abandonar jamás, pero como cómic no alcanza las altas
expectativas que uno se había hecho conforme a la calidad superlativa de sus
trabajos anteriores.