miércoles, 4 de marzo de 2015

El último disparo de Francisco González Ledesma


Los barrios barceloneses del Pueblo Seco y el Raval vieron sus primeros pasos en 1927. Ochenta y siete años después, en la madrugada del pasado lunes, Francisco González Ledesma, fruto de la unión de un mozo de almacén y una modista, vivió su postrer aliento tras una de las trayectorias literarias más prolíficas y singulares que se pueden encontrar en la historia de la narrativa española reciente. Él aupó el género de la novela negra, con telón de fondo local, próximo, reconocible a cotas magistrales y se convirtió en referencia de varias generaciones. La calle fue su mejor escuela, el espejo que quiso convertir en narrativa desde la adolescencia, pues incluso a los veinte años ya tenía una novela que llamó la atención del editor Jarnés, pero entonces entraría en su vida algo que le marcó profundamente y que fue su mayor cruz: la censura. Así, su libro «Sombras grises», ganador del Premio Internacional de Novela, organizado por el editor Josep Janés y con el escritor británico Somerset Maugham como presidente del jurado, sería calificado de «pornográfico» y «rojo» y no podría ver la luz. González Ledesma solamente tenía 21 años y su destino era hacerse abogado.

Asumiendo que su crianza en una modesta familia republicana le daba ciertos valores inexcusables, González Ledesma tuvo que aceptar que mientras durase la dictadura no le sería posible publicar historias de contenido social y político como «Sombras grises», que recreaba la guerra y la llegada de las tropas nacionales a Barcelona. El propio autor definió aquella obra primeriza como una mirada desde la izquierda, en contraste con la exitosa «Los cipreses creen en Dios», de José María Gironella, que estaba ideológicamente en el otro extremo. No sorprende, pues, que en fuera uno de los doce fundadores de la asociación clandestina Grupo Democrático de Periodistas, en 1966, que abogaba por la libertad de prensa; finalmente, en 1977 podría publicar «Los Napoleones», escrita en 1964, una de las obras de las que se sintió más satisfecho.

Se ha ido González Ledesma, pero queda su antihéroe, el inspector Ricardo Méndez, escatológico y solitario, violento e impotente, que surgió de forma muy breve en «Expediente Barcelona» (1983) y que irá enseñando todos sus vicios (la lectura, el tabaco, el coñac) deambulando por el Barrio Chino de Barcelona a lo largo de una decena de obras. En verdad, «Expediente Barcelona» estaba protagonizada por un abogado mediocre que tenía que averiguar la verdad de un empresario de la burguesía catalana. Con todo, ese personaje ─que en poco tiempo recibirá el interés de la editorial Gallimard, que ha irá traduciendo todas las novelas de este personaje, hasta el punto de llevarlo al estrellato en Francia antes que en España─ estaba tan bien trazado y adquirió pronto tanta personalidad literaria que le llevaría a contar de nuevo con él para la escritura de «Las calles de nuestros padres» y de «Crónica sentimental en rojo», ambas de 1984 y esta última premio Planeta. 

Premio literario y de público; recompensa a una vida de trabajo a destajo en la editorial Bruguera, donde escribía historietas desde 1947 y fue abogado del dueño. Méndez, y su talante cínico, y su sensibilidad hacia las injusticias, y su tendencia a ocuparse de casos sin autorización y a mirar con lascivia a las señoras a su paso, ya era imparable: dos novelas más llevaron el signo de sus pesquisas, «La Dama de Cachemira» (1986) e «Historia de Dios en una esquina» (1991); en la década de los noventa descansaría, pero para volver en pleno siglo XXI con fuerzas renovadas y una mirada medio escéptica y al final melancólica, como reconoció el propio González Ledesma al presentar la que sería la última aventura de Méndez. Así, verían la luz «El pecado o algo parecido» (2002), «Cinco mujeres y media» (2005), «Méndez» (2006), «Una novela de barrio» (2007, I Premio RBA de Novela Negra), «No hay que morir dos veces» (2009) y «Peores maneras de morir» (2013), esta novela aparcada un tiempo a causa del ictus que padeció en enero de 2011 y que le obligó a pasar cuatro meses en el hospital. 

Mujeres, barrio, morir, los tres ejes en los que se apoyan habitualmente las tramas del escritor que fue muchos escritores a través de seis seudónimos con los que incluso incursionó en el género de la novela romántica. Para otro barcelonés hermano de generación, prolífico, escritor compulsivo e incansable, también de género, Manuel Vázquez Montalbán, que tanto celebró en la prensa el premio Planeta a su amigo, González Ledesma, por lo común marginado en los libros de historia de la literatura al consagrarse a las letras policiacas, era «un optimista de la operación de escribir». De hecho, el autor dijo que escribir daba sentido a su existencia. Y realmente así sería cuando en 1966 dejó su empleo como abogado, aunque se ganara muy bien la vida con él, para hacerse periodista. Trabajaría como redactor en «El Correo Catalán» y, sobre todo, en «La Vanguardia», durante veinticinco años. 

El pulso de la calle latiría siempre en González Ledesma, que se nutría de realidad vital, de realismo literario, para unas ficciones que irían ganando adeptos tanto entre el público, que en los últimos lustros se fue interesando más por la novela negra, como por sus colegas de oficio. Uno de ellos, Lorenzo Silva, dijo al entregarle un premio en el festival de novela policiaca Getafe Negro, en el año 2011, que González Ledesma era un «rastreador» que, de forma emocionada y emocionante, penetró en el corazón de Barcelona y de cualquier gran ciudad por tanto ─la Generalitat de Catalunya le concedió la Creu de Sant Jordi en 2010 por toda su trayectoria y un año antes recibiría la Medalla de Oro de la ciudad de Toulouse─ a la busca de expresar con palabras sus miserias y grandezas. Méndez lo hizo en su nombre, y su deambular es ya definitivamente solitario sin su creador.

Publicado en La Razón, 3-III-2015