Un año después de «Peste & Cólera», con Louis Pasteur como personaje en la Francia de finales del siglo XIX y otro científico como protagonista que recalará en el Extremo Oriente, Patrick Deville vuelve a embarcar al lector hacia el exotismo y las exploraciones geográficas. Si en aquella obra, las incursiones en la jungla o el afrontamiento de grandes epidemias daban al conjunto un toque conradiano, en esta «Ecuatoria» (traducción de José Manuel Fajardo, publicada en el año 2009), vuelven a aparecer similares referencias, como la de Livingstone, en torno sobre todo a Pierre Savorgnan de Brazza, que fundara Brazzaville, la capital del Congo, en 1840. Una novela-documento, por así decirlo, con tono de crónica histórica y estructura cambiante y variada, pues recorre en breves capítulos los territorios de Gabón, Sao Tomé, Angola, el Congo, el río Nilo, Argelia, el lago Tanganika y Zanzíbar.
Para trazar ese trayecto de tintes periodísticos, Deville se apoya en personajes reales, como el explorador Henry Stanley, el médico Albert Schweitzer y el citado Brazza, «un contemporáneo de Jules Verne» que creía en «las virtudes de la ciencia y el comercio», pretendió «liberar a los esclavos» y quiso ser un nuevo Livingstone desde que navegara en piragua sobre el Ogooué para «hundirse en el corazón de África». El autor francés se luce dominando las intrahistorias de todas estas personalidades y los países que pisan configurando una suerte de investigación que llega al presente y que mezcla política colonialista, biografía de grandes aventureros y apariciones tan curiosas como la de Che Guevara, que estuvo apoyando los movimientos revolucionarios congoleños en 1964.
El resultado es un texto sorprendente, demasiado monótono y sobrio por la necesidad del registro elegido, pero audaz sin duda, cuya mejor cualidad reside en el hecho de que el continente negro y algunos de sus visitantes más famosos se imbricarán de una forma u otra, pues cualquiera «se puede convertir en Kurtz o en Schweitzer» dado que en esas «tinieblas» conradianas «el horror y la santidad» comparten un mismo destino.
Publicado en La Razón, 26-III-2015