La reiterada mención de «1984» en multitud de
contextos que no implican haber leído la novela ha puesto en la posteridad a George Orwell. Pero tal vez su
literatura en verdad no ha superado la exigencia del tiempo. Frederick Karl
dijo que carecía de imaginación y que sus personajes eran sólo «animales sociales»; Edward Said destacó su «provincianismo» y «su estrecha
concepción de la vida», pero lo cierto es que, gracias a su presencia en la
Guerra Civil Española, sobredimensionada por él mismo, Orwell disfruta aún de
un grado épico y loas a sus escritos.
«Sin blanca en París y Londres» (traducción de Miguel Temprano García) fue publicado en
1933, con seudónimo (mezcla del rey Jorge V y el río que pasa por Suffolk) para
no hacer sentir mal a sus padres al reflejar su vida mísera en París, donde se
había trasladado en 1928 y trabajaría como lavaplatos en un hotel. Esa busca de
otra identidad nacería para superar lo que Miquel Berga,
en la edición catalana del libro del 2003, llamó estigmas formativos: «haber estudiado en Eton
y haber sido un instrumento de la explotación imperialista». Para borrar tal cosa, se hará policía en
Birmania, pasará hambre en la capital francesa y Londres, visitará a los
mineros del norte industrial británico y se unirá al frente de Aragón con los
milicianos del POUM.
El relato está compuesto
por una serie de situaciones, de marcado acento autobiográfico, sobre su
absoluta falta de dinero y las amistades que va haciendo al compartir pobreza,
hambre y desesperada necesidad de encontrar un empleo en los barrios bajos de
París, que son «un imán para los excéntricos: gente que ha caído en uno de esos surcos
solitarios y medio desquiciados de la vida y ha renunciado a ser decente o
normal». Sin
trama novelesca, sin argumento más allá que descripciones de cómo la vida era
imposible con unos pocos chelines y la evocación de diversos vagabundos, «Sin blanca en París y
Londres» es
el libro menos político y mas flojo de Orwell.
Publicado en La Razón,
30-IV-2015