Este fabuloso disparate lo firma un recién llegado a la narrativa con
una dilatada trayectoria dentro del mundo empresarial e inmobiliario. Un dato
este nada baladí, pues a José María Pont su formación financiera y diferentes
cargos le habrán servido para afilar una visión panorámica, negra, sarcástica,
desternillante, de la realidad sociopolítica actual. Esta perfecta novela de entretenimiento
es una dentellada valiente y descarada, desde el humor más gamberro, a lo que
inunda cada día los periódicos. Su planteamiento es simple y directo: van
apareciendo asesinados diversos políticos –en un principio, sólo diputados
soberanistas– del Parlamento catalán, y el desarrollo y el desenlace tras
conocer una camada amplia de personajes de todos los ámbitos, magistralmente
divertidos.
En el camino, Pont ironiza sobre todos los sectores poderosos que se ven
obligados a reaccionar ante los crímenes de un supuesto psicópata: los miembros
del sistema judicial; los empresarios importantes; la policía nacional, a
menudo enfrentada a los Mossos d’Esquadra –todo lo concerniente a este entorno
es desopilante, con diálogos plenos de rotunda grosería y situaciones
ridículas–; y los políticos, tanto del gobierno central como de la Generalitat.
La parodia llevará a ridiculizar los deseos independentistas de Cataluña, con
una audacia humorística que, me atrevería a decir, también arrancará sonrisas a
los que abogan por la secesión, pues el autor no pretende la burla ofensiva,
sino, desde el esperpento institucional, la caricatura a distintos estereotipos
de gobernantes y el tratamiento de los personajes como seres caprichosos y
dementes, lanzar una crítica feroz a los mentirosos, narcisistas y
despilfarradores que manipulan a la opinión pública; en especial, en una
Cataluña –y esto es vital en la trama– en la que han sido prohibidas las
corridas de toros. Así, Pont se carcajea de la realidad sin complejos y,
leyéndole, lo hacemos de nosotros mismos como ciudadanos.
Cuando la novela de realismo social es casi un páramo en España, una
obra como “Banderillas negras”, texto sin pretensiones artísticas pero de
estructura redonda y tono irresistiblemente jocoso –los coloquialismos soeces y
la sexualidad zafia son continuos–, se erige en un relato mayor de nuestras
sombras como sociedad que propone criticar riendo, y tomar entonces conciencia.
Publicado
en La Razón, 27-VIII-2015