Un solo hombre fue capaz de preparar un descomunal «Diccionario de la lengua inglesa», de escribir cien versos en un día –caso de su poema «La vanidad de los deseos del hombre»–, de dominar el latín, el francés y el italiano, de editar la totalidad de la obra de Shakespeare. Ese mismo hombre temió la demencia y, pese a sus energías inagotables, acabó trabajando sólo unas horas porque dedicaba la tarde a pasear por Londres, según él el mejor lugar del mundo, y la noche a acudir a una taberna a beber vino. Se llamó Samuel Johnson y vivió en el siglo XVIII, pero se le conoce como el Doctor Johnson y, como suele decirse, no dejó títere sin cabeza, teniendo una afilada opinión de todo y todos. De su gran amigo Oliver Goldsmith dijo: «No hubo nadie tan lerdo cuando no tenía la pluma en la mano, ni tan sabio como cuando escribía», pero el propio escritor irlandés también tuvo su percepción de Johnson, que además sirve como punto de vista general sobre lo que afirmaron sus contemporáneos: «Qué duda cabe, tiene rudeza en sus modales, pero no hay hombre que tenga un corazón más bondadoso que el suyo».
De su corazón
y mente tenemos un documento excepcional gracias a «Vida de Samuel Johnson»,
del escocés James Boswell, ninguno tan preciso y detallista a la hora de
describir la trayectoria vital e intelectual de un solo individuo. El libro se
publicó con éxito en 1791, y no se han
parado de alabar las innovaciones que introdujo en el género biográfico, al
mezclar diferentes estilos literarios y fuentes informativas. Hace unos años,
el desaparecido Miguel Martínez-Lage protagonizó la heroicidad de traducir –por
vez primera de forma íntegra en español– ese volumen de dos mil páginas,
exponiendo la ascendente importancia de la «Vida» desde su publicación, gracias
a la cual el biografiado adquirió a su juicio «un carácter demónico: el tiempo
que le ha dotado de la fuerza de un símbolo no ha mermado su realidad de ser
humano. La culpa de que así sea no hay que buscarla en las obras del propio
Johnson, sino en el libro en que Boswell plasma su vida y manera de ser».
Biografiar a
los poetas
Boswell anotó
día a día las charlas, los soliloquios, la correspondencia, las anécdotas y los
chismes protagonizados por su ídolo por medio de un género en el que era un
maestro el propio Doctor, presentando citas, documentación y cartas a modo de
biografía, y además desarrollando un tercer elemento, el análisis psicológico.
Para avanzar por esta línea contaba con el ejemplo del propio Johnson en sus «Vidas
de poetas», incluido en esta recopilación de ensayos preparados por Gonzalo
Torné, que cuenta con el formidable «Prefacio a Shakespeare», donde propuso
editar al bardo con “todas las variaciones descubiertas de todas las copias que
se han encontrado” para así darle la oportunidad al lector de elegir la mejor
versión. En su estudio, el Doctor Johnson aclara la oscuridad de ciertos
pasajes shakesperianos, y comenta cada uno de sus dramas, con una sabiduría tan
transparente que no es de extrañar que Harold Bloom lo considere el mejor
conocedor del autor de “Hamlet”.
Al inicio de estas páginas, traducidas por cierto
por el propio Torné, José Rodríguez Soria y Ernesto Castro, leemos: «El
objetivo principal de la crítica es encontrar los defectos de los modernos y
las virtudes de los antiguos: mientras un autor está vivo juzgamos su capacidad
por la peor de sus actuaciones, y cuando está muerto, por la mejor». Esta
tarea, como bien dice el editor, fue tomada por Johnson “como un servicio
público. En un momento en el que la alfabetización y el laicismo van en
aumento, Johnson se propone contribuir a elevar el nivel del gusto, de la
conversación, del conocimiento general del círculo creciente de interesados en
la vida y la actividad del espíritu”. Por eso su tono es tan didáctico y
divulgativo cuando explica el contexto lingüístico del teatro de Shakespeare y
las trayectorias de escritores como John Milton, Abraham Cowley, Matthew Prior,
Jonathan Swift, Joseph Addison, Alexander Pope y Thomas Grey. De otro cariz
serán los artículos periodísticos aquí seleccionados, más áridos para el lector
no especializado debido a cierto retoricismo en el estilo y los temas tratados,
a menudo cuestiones conceptuales alrededor de la escritura o los géneros.
El superdotado
que Boswell nos mostró en su libro, tras conocer a Johnson en 1763, es en
efecto un autor para el que no hay límites a la hora de encarar todo tipo de
registros literarios; aunque sí tiene la referida preferencia: “De las diversas
formas de escritura narrativa, la biografía se lee con la mayor avidez y se
aplica con la mayor facilidad a los propósitos de la vida”, dice en un artículo
de 1754. Las suyas sobre otros autores son ya un hito sobre cómo afrontar lo
vivido y escrito por varios genios ingleses; de modo que es un hecho de
justicia poética que el propio Johnson tuviera un biógrafo tan incondicional,
pero también tan fiel a su magisterio al evitar esconder su parte menos
decorosa; así, Boswell describió cierta brusquedad del Doctor a la hora de
dirigirse a los desconocidos, los movimientos espasmódicos que sufría al hablar
en todo el cuerpo, o su ánimo apesadumbrado –su libro favorito era “Anatomía de
la melancolía”, de Robert Burton–, además de su pavor ante la muerte, la cual
no hizo sino acrecentar su inmortalidad artística.
Publicado
en La Razón, 20-VIII-2015