viernes, 5 de agosto de 2016

Entrevista capotiana a Pepe Cervera

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pepe Cervera.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa, se levante donde se levante, cerca del mar, en la montaña, en un valle, en un desierto o en un vergel… donde sea pero en mi casa, con mis libros, mi música, mis películas; también con mi mujer y mis hijos, aunque a ellos sí deberíamos permitirles salir al exterior y relacionarse, ellos son mucho más sociables que yo.
¿Prefiere los animales a la gente?
Hace años tuve un perro y el grado de dependencia que llegué a adquirir respecto a él fue tan asfixiante que jamás me he planteado repetir. Prefiero la gente. La gente no coarta tanto mi libertad de movimientos, ni la sentimental.
¿Es usted cruel?
A veces, lo reconozco, y mucho, pero nunca en la intimidad.
¿Tiene muchos amigos?
No. Me niego a tenerlos. Hoy en día se le da escaso valor a la amistad. La relación con el prójimo está devaluada, todo es superficial. Me encuentro cómodo con pocos amigos. Tengo los justos para simular que soy una persona equilibrada.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Cariño. Sinceridad. Lealtad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Jamás me he sentido decepcionado por ningún amigo. Siempre he pensado que si un amigo se comporta conmigo de una manera en concreto sus razones tendrá. Seguro que son buenas razones, tampoco es necesario que me las explique.
¿Es usted una persona sincera? 
Lo intento. Sobre todo con los más próximos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo.
¿Qué le da más miedo?
Perder la vista… no, la muerte de algún ser querido… no, espera, quedarme solo… no, el sufrimiento… tampoco, ay… lo de la vista…
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
No se me ocurre respuesta alguna. Creo que no soy de escandalizarme mucho, por nada.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Aburrirme.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Escribo a mano. Utilizo un bic de punta gruesa. Tengo agujetas en el dedo corazón, a la altura de la 3ª falange, y en las yemas del índice y el pulgar. Respecto a los demás músculos y huesos de mi cuerpo ignoro ni siquiera que existan.
¿Sabe cocinar?
Hace muchos años descubrí que si quería comer bien además de para alimentarme, para disfrutar tenía que aprender a cocinar. Estoy en ello. Admito que no se me da nada mal.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Todos los personajes pueden olvidarse, todos somos prescindibles. No hay nadie que exista anclado a mi memoria hasta el punto de no poder sustituirlo. En este sentido, carezco de escalafón.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Futuro.
¿Y la más peligrosa?
Futuro.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
¿Quién no?
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No me considero conservador, ni reaccionario, ni liberal, ni religioso, ni confesional, ni capitalista, ni tradicional, ni individualista, ni imperialista. A partir de ahí…
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Si te refieres a cualquier cosa, cualquiera, si tengo libertad plena para escoger, me gustaría ser Spiderman. Sí. Ese es un deseo que alimento desde que tenía ocho o nueve años, cuando empecé a leer los comics de la factoría Marvel.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La impaciencia. Esa es una actitud propia de mi naturaleza. Me cuesta lo mío controlarla.
¿Y sus virtudes?
La paciencia que he conseguido adquirir con el paso del tiempo, la facultad de esperar, de no precipitarme, no correr hacia el error.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Los últimos quince o veinte años de mi vida. Los anteriores carecen de peso para la persona en la que me he convertido.

T. M.