lunes, 19 de septiembre de 2016

Entrevista capotiana a Jesús Jiménez Domínguez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Jesús Jiménez Domínguez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Pues empezamos bien… Acabo de entrar en esta entrevista y ya quiero salir.
Me gusta mucho Roma, “ciudad abierta” según Rossellini. Y en las ciudades abiertas se puede entrar y salir.
¿Prefiere los animales a la gente?
En ocasiones muy puntuales sí, cuando vienen justificadas por la maldad del ser humano. En todo caso, prefiero las personas a la gente.
¿Es usted cruel?
La llamamos crueldad cuando nosotros somos las víctimas. Cuando la ejercemos sobre el prójimo la denominamos “deber”, “derecho” o “daño colateral”. No, en serio: no me tengo por una persona cruel.
¿Tiene muchos amigos?
Supongo que los justos. Facebook diría que muchísimos, pero luego la realidad demuestra que solo una parte de ellos lo son de verdad y compran mis libros. Una vez, un escritor de mi ciudad comentaba que el número de personas que acuden a las presentaciones literarias de un autor suele coincidir con el número de personas que acudirán a su funeral. Desde entonces, inevitablemente, cada vez que presento un libro, cuento el número de asistentes y veo muy claro el futuro.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No hago ningún casting. Supongo que unos tienen unas cualidades y otros, otras. Me caen bien de forma muy natural y general y no me pregunto nunca por qué.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Habrá ocurrido alguna vez (como yo a ellos, supongo), pero lo he olvidado. Los buenos amigos dejan buenos momentos y mejor quedarse con esos.
¿Es usted una persona sincera? 
Nadie puede practicar la sinceridad veinticuatro horas al día. Es agotador y no bueno del todo: a veces las mentiras piadosas, causadas para evitar el sufrimiento mayor de la verdad, son necesarias. “En la literatura, así como en la vida, sólo el silencio es sincero” (Sándor Márai).
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Como no puedo viajar tanto como quisiera, intento hacerlo de manera virtual: leyendo, viendo cine o escuchando música. Reconozco que me gustaría ser más esclavo de mi tiempo libre.
¿Qué le da más miedo?
La decadencia física acompañada de un gran, terrible dolor. En mí o en las personas más cercanas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Que alguien sea capaz de matar por una creencia.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No me imagino una vida fuera del ámbito creativo (y mira que tengo imaginación). Empecé estudiando Derecho, pero me parecía un mundo ajeno del todo a mí. De pequeño me atraía la arqueología, pero hasta ese oficio tiene una vertiente creativa: imaginar cómo vivían nuestros antepasados.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Ejercicio físico, muy light, cuando mi perro me saca a pasear (sería vanidad pensar que soy yo el que lo saca de paseo). El ejercicio físico de caminar ayuda al ejercicio químico de pensar.
¿Sabe cocinar?
Me manejo en el terreno de la cocina de supervivencia. Cualquier plato que lleve más tiempo cocinarlo que comerlo me resulta inconcebible.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Creo que trataría de inventarme el personaje (un escritor de vida escandalosa, atormentado y suicida, por ejemplo) e intentaría pasarlo por real. Podría ser divertido e “inolvidable”. Una vez llevé esa clase de impostura a la presentación de un libro mío: era joven y no tenía gran cosa que decir de mi primer poemario. Así que me inventé varias páginas de un autor ficticio, de nombre extranjero, para justificar mi libro y las leí ante el público. Leí a trompicones, bastante mal, porque estaba nervioso y quería que todo pasara a la velocidad del rayo o, directamente, que el rayo cayera sobre mí. Al final de la presentación, un crítico literario de la ciudad se me acercó y me dijo: “Se notaba mucho que estabas traduciéndolo de su idioma original, sobre la marcha”.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esperanza.
¿Y la más peligrosa?
Esperanza.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, pero siempre mediante métodos inocuos y, por tanto, sin conseguirlo: de risa (en el caso de los amigos) o de aburrimiento (en caso contrario).
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Aquellas que propongan una sociedad más justa y solidaria.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Esa pregunta sugiere que soy una cosa. Me gustaría ser lo que soy, pero más y mejor.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy una persona normal que tiende a pensar que no tiene vicios importantes. Y pensar así, de una forma tan tajante, no deja de ser un vicio.
¿Y sus virtudes?
Es una pregunta que deberían contestar aquellos que me conocen bien. No contestarla por mi parte lleva implícita, creo, una virtud: la cautela.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Dicen que, en casos así, la vida propia pasa por delante de uno como una película. Creo que me aliviaría descubrir, después del asombro y el miedo iniciales, que para las escenas peligrosas de esa película (como la del ahogamiento) hubieran contratado a un doble y que, además, para colmo, se pareciera muy poco o nada a mí.

T. M.