“Y finalmente, señores, lo mejor
es no hacer nada. ¡Lo mejor es una inercia consciente! Así, pues, ¡viva el
subsuelo!”, dijo aquel escritor sufriente llamado Fiódor Dostoievski en
“Memorias del subsuelo” (1864), obra escrita en unas circunstancias tormentosas
–su mujer está a punto de morirse y él tiene una relación con una joven de la
que se arrepiente– y en la que se reflejan sus remordimientos. El libro
inspiraría el nombre de una editorial nacida hace cinco años, especializada
sobre todo en literatura del centro y este de Europa, que nos ha proporcionado
verdaderas joyas inéditas, ensayísticas y narrativas, y que ahora ofrece otro
objeto de lujo de crítica literaria firmado por otro gran escritor.
“Dostoievski” (traducción de
Laura Claravall), reuniendo las conferencias que André Gide dio en el teatro Vieux-Colombier y
varios artículos publicados en la prensa, de repente, a ciento noventa y cinco
años de su nacimiento en Moscú, se convierte en una inmejorable introducción al
autor de “El idiota”. Lo es tanto para quien desconozca sus escritos como para
el que sienta esa poderosa atracción que siempre ejerce este hombre epiléptico,
ludópata y enviado a Siberia durante diez años (encerrado en campos de trabajo
primero y luego colocado en el ejército), porque Gide llega al fondo del alma
de Dostoievski de tal manera, que se convertiría en el principal valedor de su
literatura en Francia, pese a llevar traducido veinte años, en momentos en que
algunos colegas lo consideraban escandaloso y sin que todavía no se le
reconociera un legado literario igual de importante al de Tolstói.
La soledad de un genio
Lo hace primero examinando un
libro (en 1908) que recogía parte de su correspondencia –Dostoievski deja al
morir en 1881 una gran cantidad de cartas, cuya escritura aborrecía– y que nos
muestra a un ser perfeccionista, trabajador día y noche, obsesionado con el
dinero, insatisfecho con las novelas que tiene entre manos hasta la
repugnancia, sintiéndose tan solo “como una piedra arrojada”, como le dice a su
hermano, reconociéndose en “un carácter triste, enfermizo y aprensivo”. Más
adelante, tras esta incursión fascinante en sus quehaceres diarios, Gide se
centra en “Los hermanos Karamázov” para entender que, en efecto, “Dostoievski
era uno de esos raros genios que avanzan de obra en obra, en una especie de
progresión continua”, hasta la muerte; pero también en “Los demonios”, donde
“denuncia proféticamente lo que sucederá en Rusia” en torno al bolchevismo y la
anarquía, y otras novelas.
La humanidad, y con ello el
simbolismo que encarnan sus personajes, su visión de la libertad, las razones
para estar vivos, la experiencia de la miseria… Todo detalle de la vida y obra
del moscovita le servirá a Gide para resucitarlo del lugar subterráneo al que
lo había enclaustrado un crítico muy influyente de la época, Eugène-Melchior de Vogüé y, con la referencia precisamente de las “Memorias del
subsuelo” –el punto culminante de su carrera, a su juicio–, colocarlo donde su
literatura infinita se merece.
Publicado en La Razón, 17-XI-2016