sábado, 26 de noviembre de 2016

Marcos Ana, el poeta del verso encarcelado


En homenaje a su padre Marcos, muerto en la Guerra Civil a causa de un bombardeo, y su madre Ana, que quedó destrozada al enterarse de que su hijo había sido condenado a la pena de muerte por su filiación socialista y supuestos crímenes, Fernando Macarro Castillo se rebautizó como escritor con un nombre con el que firmaría poemas como “Decidme cómo es un árbol” que empezó a concebir en la prisión donde pasaría veintitrés años, convirtiéndose en el preso político más longevo de España. Ayer murió a la edad de noventa y seis; entraría en la cárcel a los diecinueve, saldría a los cuarenta y uno, en 1961, gracias a la actividad de la recién fundada Amnistía Internacional. Había nacido en 1920, en San Vicente, Salamanca, en el seno de una familia muy humilde de jornaleros, y desde muy joven se había afiliado a las Juventudes Socialistas.

Nada pudo detenerle, cuando al estallar la guerra acudió al frente sin tener la edad mínima para que fuera plenamente aceptado, de modo que tendría que dejarlo y volver a Alcalá de Henares, donde vivía la familia, esperar lo pertinente y entonces sí acabar participando en el bando republicano, esta vez con mucha intensidad, hasta ser detenido en Alicante. Sin embargo, conseguiría escaparse, hasta que en Madrid un chivatazo lo pusiera en el punto de mira y fuera arrestado y condenado a la pena de muerte en 1941 por el asesinato de tres personas, y ser secretario de las Juventudes Socialistas Unificadas en Alcalá de Henares y jefe de un grupo de milicianos dentro del Batallón Libertad. Le esperaban la cárcel de Porlier, donde colaboró en un periódico clandestino, lo que le valió ser torturado, el penal de Ocaña, la cárcel de Alcalá y el penal de Burgos. En 1944 su pena de muerte sería conmutada por treinta años de cárcel.

Entre rejas, Marcos Ana se hizo poeta: leyó a los clásicos y consiguió que sus textos, que serían calificados como “poesía de trinchera” por parte de la crítica, llegaran al exterior para proseguir una militancia política que no flaqueaba pese al confinamiento. Llegó tan lejos su voz frente a la dictadura, que figuras de la talla de Rafael Alberti y Pablo Neruda intervinieron para ayudarle a salir de prisión, lo cual llegó mediante un decreto gubernamental según el cual todo aquel que llevara más de veinte años en prisión podía ser excarcelado. Pero de alguna manera, en libertad, Marcos Ana siguió encerrado; encerrado en los poemas con los que expresó el dolor por estar cautivo. Toda su obra da círculos alrededor de estos asuntos, como en su poema “Mi casa y mi corazón”: “Si salgo un día a la vida / mi casa no tendrá llaves: / siempre abierta, como el mar, / el sol y el aire”. O en el significativo “Mi corazón es patio”, donde afirma: “La tierra no es redonda: / es un patio cuadrado / donde los hombres giran / bajo un cielo de estaño”.

Una vez libre, el poeta eligió París para exiliarse, entregado desde el Partido Comunista a servicios de propaganda antifranquista, llegando a viajar por el resto de Europa y América Latina para apoyar a otros opositores al régimen. En el plano más personal, cabe decir que en la capital francesa conoció a Vida Sender, hija de exiliados anarquistas españoles, con quien tuvo un hijo llamado Marcos en 1963, aunque más adelante se separarían. Los años setenta fueron los de la relación estrecha con Santiago Carrillo, los del regreso a España tras la muerte de Franco en 1976. Su acción política no paraba, pero sería gracias a su biografía “Decidme cómo es un árbol. Memoria de la prisión y la vida”, cuando en 2007 volvió a renacer por enésima vez. 

Publicado en La Razón, 25-XI-2016