En homenaje a su padre Marcos,
muerto en la Guerra Civil a causa de un bombardeo, y su madre Ana, que quedó
destrozada al enterarse de que su hijo había sido condenado a la pena de muerte
por su filiación socialista y supuestos crímenes, Fernando Macarro Castillo se
rebautizó como escritor con un nombre con el que firmaría poemas como “Decidme
cómo es un árbol” que empezó a concebir en la prisión donde pasaría veintitrés
años, convirtiéndose en el preso político más longevo de España. Ayer murió a
la edad de noventa y seis; entraría en la cárcel a los diecinueve, saldría a
los cuarenta y uno, en 1961, gracias a la actividad de la recién fundada
Amnistía Internacional. Había nacido en 1920, en San Vicente, Salamanca, en el
seno de una familia muy humilde de jornaleros, y desde muy joven se había
afiliado a las Juventudes Socialistas.
Nada pudo detenerle, cuando al
estallar la guerra acudió al frente sin tener la edad mínima para que fuera
plenamente aceptado, de modo que tendría que dejarlo y volver a Alcalá de
Henares, donde vivía la familia, esperar lo pertinente y entonces sí acabar
participando en el bando republicano, esta vez con mucha intensidad, hasta ser
detenido en Alicante. Sin embargo, conseguiría escaparse, hasta que en Madrid un
chivatazo lo pusiera en el punto de mira y fuera arrestado y condenado a la
pena de muerte en 1941 por el asesinato de tres personas, y ser secretario de
las Juventudes Socialistas Unificadas en Alcalá de Henares y jefe de un grupo
de milicianos dentro del Batallón Libertad. Le esperaban la cárcel de Porlier,
donde colaboró en un periódico clandestino, lo
que le valió ser torturado, el penal de Ocaña, la cárcel de Alcalá y el penal
de Burgos. En 1944 su pena de muerte sería conmutada por treinta años de
cárcel.
Entre rejas, Marcos Ana se hizo
poeta: leyó a los clásicos y consiguió que sus textos, que serían calificados
como “poesía de trinchera” por parte de la crítica, llegaran al exterior para
proseguir una militancia política que no flaqueaba pese al confinamiento. Llegó
tan lejos su voz frente a la dictadura, que figuras de la talla de Rafael
Alberti y Pablo Neruda intervinieron para ayudarle a salir de prisión, lo cual
llegó mediante un decreto gubernamental según el cual todo aquel que llevara
más de veinte años en prisión podía ser excarcelado. Pero de alguna manera, en
libertad, Marcos Ana siguió encerrado; encerrado en los poemas con los que
expresó el dolor por estar cautivo. Toda su obra da círculos alrededor de estos
asuntos, como en su poema “Mi casa y mi corazón”: “Si salgo un día a la vida / mi
casa no tendrá llaves: / siempre abierta, como el mar, / el sol y el aire”. O
en el significativo “Mi corazón es patio”, donde afirma: “La tierra no es
redonda: / es un patio cuadrado / donde los hombres giran / bajo un cielo de
estaño”.
Una vez libre, el poeta eligió
París para exiliarse, entregado desde el Partido Comunista a servicios de
propaganda antifranquista, llegando a viajar por el resto de Europa y América
Latina para apoyar a otros opositores al régimen. En el plano más personal,
cabe decir que en la capital francesa conoció a Vida
Sender, hija de exiliados anarquistas españoles, con quien tuvo un hijo llamado
Marcos en 1963, aunque más adelante se separarían. Los años setenta fueron los
de la relación estrecha con Santiago Carrillo, los del regreso a España tras la
muerte de Franco en 1976. Su acción política no paraba, pero sería gracias a su
biografía “Decidme cómo es un árbol. Memoria de la prisión y la vida”, cuando en 2007 volvió a renacer
por enésima vez.
Publicado en La Razón, 25-XI-2016