jueves, 26 de enero de 2017

El poeta amado por los dioses

En París, donde había emprendido unos estudios de Derecho que no le interesaban, el poeta portugués de veinticinco años Mário de Sá-Carneiro se encierra en su cuarto con llave, se viste de modo elegante, cierra las ventanas, se traga un frasco de estricnina y se acuesta en la cama. Pocos días antes de aquel 24 de abril de 1916 había enviado a Fernando Pessoa varios manuscritos, dedicados a tratar la locura, el suicidio y el sexo. Su amigo le dedicará un texto en la revista “Athena”: «Genio del arte, no tuvo Sá-Carneiro ni alegría ni felicidad en esta vida. Sólo el arte que hizo o que sintió por instantes lo turbó de consolación –traduce José Luis García Martín en su biografía pessoana–. Son así los que los dioses consagraron como suyos. Ni el amor los quiere, ni la esperanza los busca, ni la gloria los acoge. O mueren jóvenes, o a sí mismos sobreviven, huéspedes de la incomprensión o de la indiferencia. Este murió joven, porque los dioses le tuvieron mucho amor».

Ahora, gracias al trabajo de Manuel Vicente Rodríguez Alonso, nos llega en edición bilingüe la poesía completa de un hombre tan próximo a Pessoa que éste le hizo una broma que devendría trascendente: «Inventar un poeta bucólico, de especie complicada, y presentárselo, ya no recuerdo cómo, bajo cualquier tipo de realidad». Nacería así el heterónimo Alberto Caeiro y “El guardador de rebaños”. Ambos autores compartirían ambientes vanguardistas en torno a la revista «Orpheu», y precisamente el traductor pone el año 1912 como punto de inflexión en la obra de Sá-Carneiro al encontrarse con Pessoa y, por tanto, concebir de modo diferente lo poético. Tal cosa se hace obvia en poemas en que cuestiona su identidad: “Yo no soy yo ni soy el otro. / Soy cualquier cosa de intermedio: / Pilar del puente del tedio / Que va de mí hacia el Otro”; o en otros en que la “saudade” y la ironía se mezclan con búsquedas expresivas donde la tipografía o la onomatopeya son principales. Como ocurre en el futurismo que conoció en París, donde él mismo puso freno a su futuro entregándose al amor de los dioses. 


Publicado en La Razón, 26-I-2017