«Somos cuentos
contando cuentos, nada», dice Fernando Pessoa por medio de Ricardo Reis, uno de
sus heterónimos, o sea, ese tipo de identidades ficticias creadas por un autor
que le atribuye características particulares. Otro, Álvaro de Campos, afirma
sobre la obra del ortónimo –es decir, el escritor que crea
heterónimos– Pessoa que
«desconocerse conscientemente es emplear activamente la ironía». El maestro de
los tres poetas, el que niega toda filosofía, Alberto Caeiro, cuya muerte será
sentida hondamente por Campos y Reis y, fríamente, por Pessoa, cuenta cómo fue
el único de ellos en conocer al mencionado “alter ego” de Fernando Pessoa «ele
mesmo».
No es un enredo
de personajes literarios que busque confundir al lector, sino la combinación de
cuatro «subpersonalidades» que nacieron un triunfal día de 1914 que originará todo un «drama em gente», como el mismo Pessoa lo
definió. Éste tuvo la visión de convertirse en varios escritores, cada uno con
su personalidad, biografía y estilo literario propios, con un nexo común: el de no esperar nada de una
existencia dedicada sólo al pensamiento. A ello se consagró el escritor
portugués, un hombre que eligió renunciar a todo –amor, dinero y hasta salud; a los cuarenta y siete años muere en un hospital
de cirrosis hepática, en 1935–
con el fin de construir su obra. «Así pues, el poeta sólo compartirá
verdaderamente el mundo con sus “otros” interiores, cuya única voz múltiple le
proporcionará la única realidad posible», dijo en la antología “Un corazón de
nadie” (2001) Ángel Campos Pámpano. Éste aludía a la génesis de los
heterónimos, nacida por «el profundo rasgo de histeria que hay en mí» y por «mi
tendencia orgánica y constante a la despersonalización y a la simulación», como
cuenta el propio autor en una carta.
De hecho, las
«Notas para el recuerdo de mi maestro Caeiro» de Campos se pueden leer ahora en
la “Obra completa” que publica la editorial Pre-Textos con el nombre, no de
Fernando Pessoa, como se suele hacer aunque los textos formen parte del corpus
de un heterónimo, sino directamente con el nombre de Álvaro de Campos. Decisión
que hay que entender de Jerónimo Pizarro y Antonio Cardiello, que se han
encargado de la edición, la cual ha sido traducida y anotada por Eloísa
Álvarez.
El baúl que no tiene fin
Destacar
debidamente a los responsables del libro siempre es tarea muy importante cuando
se está entre los manuscritos de Pessoa, que escribía en cuadernos con letra apretada poemas, prosas,
minicuentos, aforismos, todo un caudal literario de complejísima transcripción
y de ordenación muy distinta según quien la ejecute. El poeta dejaría casi
todos sus escritos inéditos (sólo publicó un libro, los poemas de “Mensaje”) en
un
baúl, acumulando miles y miles de páginas escritas de forma caótica y que
conservó su hermana durante décadas. El día antes de morir, escribiría en
inglés: «No sé lo que el mañana me traerá». Un mañana que para los
investigadores, así, fue trayendo continuos descubrimientos, el último de los
cuales fue para nosotros «Iberia.
Introducción a un imperialismo futuro», aparecido en 2013: un conjunto de borradores de
Pessoa que abordan la “cuestión ibérica” y que nos acercaban a la vertiente
política del poeta: resurrección del patriotismo luso y reivindicación de una
cultura que tendría que extender puentes con España; incluso en esas páginas
hay reflexiones que versan sobre la relación problemática entre el Estado y
Cataluña, los porqués del establecimiento de una monarquía o una república en
ambos países, o la identidad de Galicia.
Hay, pues, un Pessoa
político, además de un Pessoa articulista, ensayista, novelista de tramas
detectivescas, crítico literario, y muchas cosas imposibles de etiquetar más.
Pero por encima de todo está el poeta que, en la carta citada, hace que Reis
rinda homenaje a Campos, que un personaje hable de otro personaje, como si
ambos fueran personas (Pessoa significa precisamente “persona”): de cómo le
conoció, cómo era su rostro, qué pensaba de la vida… Luego, el lector podrá
leer una entrevista hecha a “Álvaro de Campos, ingeniero naval y poeta
futurista”, acerca de sus puntos de vista de la situación de Europa, y hasta
cartas dirigidas al director de una publicación. El juego metaliterario llega
tan lejos que Campos habla en estos términos de la única persona ¿real? de todo
este fenomenal lío literario: “Fernando Pessoa sigue teniendo esa manía, que
tantas veces le he censurado, de creer que las cosas se prueban. Nada se prueba
a no ser para leer la hipocresía de no afirmar. El razonamiento es una timidez,
dos timideces tal vez, siendo la segunda la de tener vergüenza de estar
callado”.
No ser nada
En estos
paradójicos y complejos términos se expresa el hombre que, según su ortónimo,
se graduó en Glasgow aunque naciera en Tavira, en 1890, y destacó como poeta
–seguidor del futurismo del italiano Marinetti–, estando relacionado con las
revistas en las que colaboró Pessoa, “Orpheu” y “Portugal Futurista”. El lector
interesado, sin embargo, tal vez tenga en mente en especial el poema
«Tabaquería», escrito en 1928, cuyo inicio reza así: «No soy nada. / Nunca seré
nada. / No puedo querer ser nada. / Quitando esto, tengo en mí todos los sueños
del mundo». Pizarro y Cardiello hablan de estos versos en la presentación del
libro para referirse a ese ánimo nihilista y negativo mezclado con su ansia de
que no se le clasifique. El mismo Campos se ve “exasperadamente sensible y
exasperadamente inteligente. En esto me parezco (salvo en tener un poco más de
sensibilidad y un poco menos de inteligencia) a Fernando Pessoa”.
Tal capacidad le
llevará a crear poemas tan relevantes para la literatura portuguesa como la
“Oda triunfal”: “A la dolorosa luz de las grandes bombillas de la fábrica /
tengo fiebre y escribo. / Escribo rechinando los dientes, feroz por la belleza
de esto, / por la belleza de eso enteramente desconocida de los antiguos”, y
que es una exaltación del ruido tecnológico de la modernidad, o la “Oda
marítima”: “Solo, en el muelle desierto, esta mañana de verano, / miro hacia la
barra, hacia lo Indefinido, / miro y me alegra ver, / pequeño, negro y claro,
un transatlántico que entra”, en el que expresa la “saudade” que le produce el
puerto.
Estos y otros muchos poemas célebres
como el “Saludo a Walt Whitman” y que son de Campos o se atribuyen a él se
presentan en todas sus versiones halladas, de ahí que el proceso de edición
haya sido meticuloso y difícil por esta manía, como diría Campos de Pessoa, de «otrarse» (el
neologismo es suyo), a ser continuamente otro. El libro se cierra con una prosa
que podría resumir la visión de este autor poliédrico: “Toda la literatura, y
sobre todo la poesía, responde a un deseo de huir de la vida. Quien quiere
vivir, vive y no canta. Quien no quiere vivir, canta para olvidar que vive. Por
eso, los pueblos tristes tienen canciones alegres, y los pueblos alegres
canciones tristes”. Pessoa, todo un microcosmos literario, tiene algo de esa
contradicción: una vida melancólica y solitaria impregnada de un deseo dichoso
de experimentar en el arte literario, de manera lúdica, autohumorística, que
deparará mil sorpresas más desde un baúl que no parece tener fondo.
Publicado en
La Razón, 24-XII-2016