Cuando Bram Stoker se propuso
escribir su historia de “Drácula”, inspirada en parte en el vampiro literario
nacido muchas décadas atrás, cuando algunos escritores se basaron en leyendas
extraídas del folclore del este europeo para pergeñar hombres sedientos de
sangre humana, tuvo claras sus características muy pronto: podía transformarse
en lobo y en murciélago, reptar por las paredes, controlar las tormentas y
crear masas de niebla para esconderse entre ellas. El dato lobuno pone de
manifiesto cómo este animal estaba integrado profundamente en la tradición oral
y en su fama de agresivo y hasta despiadado. Y sin embargo, según el autor de
esta “Historia de los hombres lobo”, el argentino Jorge Fondebrider, “de hecho, si nos atenemos a los bestiarios medievales y
renacentistas, las observaciones y conjeturas alrededor de la naturaleza y
costumbres de los lobos fueron en su gran mayoría lo suficientemente inexactas
como para justificar plenamente la muy mala reputación de esas pobres
bestias”.
Y ciertamente, al
margen de su vertiente feroz, de continua amenaza que tanto juego ha dado
incluso en los cuentos infantiles, a veces se consideró al lobo macho “un
animal noble y sabio”, monógamo y patriarcal; no así a las lobas, que “fueron
consideradas invariablemente de forma negativa”. Así, el autor va documentando,
de forma cronológica y ordenada, cómo el lobo fue adquiriendo la peor de las
opiniones para las diferentes –y supersticiosas en grado sumo– sociedades
europeas, dispuestas a erradicarlos incluso, como sucedió ya hace unos pocos
siglos en algunos países de nuestro entorno. Era la manera de vengarse de la
violencia que ejercían sobre los seres humanos, como estudió el francés
Jean-Marc Moriceau, especialista en historia rural francesa, que “ha censado
3.069 ataques ocurridos en Francia entre los siglos XV y XX”. Fondebrider hace
sobre todo un seguimiento de las fuentes directas, de modo que “los textos
grecolatinos constituyen una de las primeras fuentes occidentales sobre las que
comenzaron a sustentarse, a través de los siglos, los mitos, leyendas e
historias que tratan sobre los hombres lobo”. Lo corrobora tanto alguna obra
teatral de Aristófanes como los trabajos de tinte histórico de Heródoto, que
fue uno de los primeros en referirse a las transformaciones de hombres en lobos.
Mitos e inquisición
Lo interesante y asombroso es ir
comprobando, gracias a esta ardua tarea de recopilación de textos y comentarios
que ha reunido Fondebrider, la manera en que se va desarrollando la presencia
mayúscula de este mito en tradiciones geográficamente muy alejadas entre sí;
entre ellas, destacaría la islandesa, en cuya mitología, como era habitual
entre los dioses grecolatinos, es inherente la transformación de hombres en
animales (por ejemplo, en el caso de Odín). En la época medieval, con la
proliferación del cristianismo, “el lobo –azote de las primitivas comunidades
rurales– pasó a ser una bestia emblemática de Satán y, por supuesto, uno de sus
muchos representantes en la tierra”, si bien San Agustín se preocupó de
cuestionar la realidad de los licántropos, en contraste con las leyendas sobre
San Patricio, que en una ocasión, ante la problemática de llevar a término, su
misión evangelizadora, “se enojó mucho y le rogó a Dios que les enviase alguna
forma de castigo para que compartieran con sus descendientes como recordatorio
constante de su desobediencia”. El castigo sería hacer que los miembros del
clan que no obedecían se convirtieran en lobos y vagaran un tiempo por los
bosques alimentándose de la misma comida que esos animales.
La idea común que se irá sacando a raíz
del cúmulo de fuentes empleadas –entre ellas destacará las que tienen que ver
con los relatos artúricos– es que en los bestiarios se tiende a describir al
lobo con características humanas. No en balde, desde el mito romano de Rómulo y
Remo hasta los lobos que criaron a Mowgly en los cuentos selváticos de Kipling,
o el simbolismo de “El lobo estepario” (1927) de Hermann Hesse, el lobo ha sido
tanto una inquietante presencia como un animal con el que identificarse. A partir
del siglo XV, además, se irán extendiendo los sermones y trabajos escritos
sobre licantropía, haciendo que este miedo ancestral tomara incluso más
consistencia al estar alabado por inquisidores e intelectuales que tomaban
partido en contra de los actos de brujería, también ligados a los hombres lobo.
Pero también se irá abriendo camino, a ojos de algunos tratadistas, el hecho de
que la licantropía era una enfermedad antes que el resultado de un pacto con el
diablo, e incluso que determinados ungüentos y hierbas, frotados o ingeridos,
provocaban la ilusión de convertirse en lobos.
Muy
singularmente, Fondebrider se detiene a estudiar la licantropía en Francia en
los siglos XVI y XVII, que presenta tal número de casos de hombres lobo “y es
tan elevado el número de procesos judiciales y de relatos desprendidos de estos
últimos que bien podría pensarse que el período constituye algo así como la
edad de oro de la licantropía.
Aparentemente, toda forma de perversión que se registrara
–asesinos seriales y casos de canibalismo incluidos– encontraba su chivo expiatorio
en los presuntos licántropos”. Las estadísticas dicen que hubo unos treinta mil
procesados al respecto. Es muy llamativo el caso concreto de tres hombres que
fueron juzgados y quemados en la hoguera en 1521 por un fraile e inquisidor
dominico por haberse comido a varias niñas y copulado con lobas. Se suceden así
los casos macabros, en Alemania, Italia, Dinamarca, España… hasta que en el
siglo XIX lo sobrenatural y lo misterioso se pone de
moda mediante el llamado horror gótico y la licantropía se convierte,
definitivamente, sólo en motivo literario y fantasioso.
Publicado
en La Razón, 23-II-217