miércoles, 15 de febrero de 2017

Entrevista capotiana a Manuel Moyano

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Manuel Moyano.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Depende de la magnitud de lo que llamemos “lugar”; si hablamos simplemente de un habitáculo, mi casa, claro; si hablamos de una comarca, siempre he pensado que lo haría en la Vera de Cáceres.
¿Prefiere los animales a la gente?
Podría empezar todas estas respuestas con la palabra “depende”. Depende de qué personas y de qué animales. Pero bueno, prefiero a la gente si es buena gente o, al menos, gente interesante. Con los animales no se pueden intercambiar pareceres.
¿Es usted cruel?
Creo que en general soy una persona compasiva, especialmente por quienes me parecen dignos de compasión. Pero a la vez hay un fondo cruel e incluso sádico en mí, de esto no me cabe duda. Espero no tener que verlo despertar nunca.
¿Tiene muchos amigos?
Los necesarios.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sentirme cómodo en su presencia. Y que sean nobles.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Como regla general, no; salvo que muestren comportamientos que yo considere mezquinos.
¿Es usted una persona sincera? 
Trato de serlo, a veces más de lo que conviene, pero nuestra sociedad se vendría abajo si todos fuéramos ciento por cien sinceros.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Comiendo fuera de casa con un buen vino, viajando con mi mujer o con mis hijos, leyendo, viendo cine, viendo televisión, paseando. A veces (pero sólo a veces) escribiendo.
¿Qué le da más miedo?
Cualquier cosa que me desestabilice, que altere mi equilibro interior.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La mediocridad cuando triunfa. La mezquindad. La capacidad de hacer sufrir a otros seres humanos. 
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Para mi desgracia, no puedo llevar una vida exclusivamente creativa, no he tenido redaños para jugarme el todo por el todo. Trabajo en la Administración. Si pudiera disponer completamente de mi tiempo y de dinero ad libitum, creo que me pasaría buena parte del año viajando y tal vez escribiendo sobre ello, al estilo de un Colin Thubron o un Bruce Chatwin.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Caminar, desde luego. También un par de escapadas largas con bicicleta al mes. Hace poco me apunté a un gimnasio, pero creo que me ha dejado ciertas secuelas en las articulaciones: a partir de los cincuenta ya no se puede con todo.
¿Sabe cocinar?
Sí, y además me gusta. Es sin duda la tarea más artística que conlleva un hogar. Se parece mucho a pintar un cuadro, pero, en vez de colores, manejas sabores.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Bueno, pues a pesar de todo lo que ya se ha escrito sobre él, creo que Bob Dylan.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mañana.
¿Y la más peligrosa?
Fe.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Pertenezco a esa masa de votantes que fluctúan en las zonas centrales de la tabla. Hay cosas que aborrezco de la derecha y cosas que aborrezco de la izquierda. Tal vez es que aborrezco la política en general. Siempre voto por descarte.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un rico heredero. No por el dinero en sí, sino por la libertad que me daría.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La impaciencia. Y tal vez la pereza para hacer aquellas cosas que no me gustan o no me interesan. Y cierta reticencia a participar en cosas organizadas por los demás.
¿Y sus virtudes?
Debo de tener alguna. Creo en cosas como la lealtad, la piedad o la capacidad de emocionarse ante la belleza.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una vez estuve a punto de tener un choque muy grave en carretera y en esos instantes sólo pensé en cómo eludirlo: cuando uno cree que puede morir en cuestión de segundos o minutos, lo único en que piensa es en sobrevivir, no tiene tiempo para repasar su vida. Pero en otra ocasión padecí una neumonía, que durante algunos días se creyó grave, y en lo que más pensé fue en mis hijos.

T. M.