En nuestro tiempo, cuando se aboga por la extinción de géneros literarios específicos jugando cada vez más con la ambigüedad de temáticas cotidianas, la escritura de una novela de ciencia ficción se transforma en un hecho aislado que, de forma ineludible, es valorado no sólo desde un prisma estrictamente literario sino desde posturas sociológicas, históricas, biológicas y tecnológicas. Resulta difícil, a este respecto, acercarnos a la primera novela de Rodrigo Antezana Patton (Cochabamba, 1975) sin recordar otros intentos de pronosticar el deterioro que, unánimemente en las pautas del género, siempre se plantea de la humanidad, tanto a lo largo de universos narrativos como, sobre todo, del cine, el arte que mejor ha conservado el interés por vaticinar el mañana, al menos durante los últimos años. No en vano, al inicio de la presente historia nos encontramos con una cita de una de las películas sobre realidades alternativas más recientes, The Matrix. Y es que la pantalla grande se han convertido en el mejor marco de inspiración para la creación de mundos novelescos imaginarios que presentan, además de la predecible sofisticación de las máquinas, un aspecto fantástico en el que los seres humanos se mezclan, o se ven amenazados, por criaturas extrañas.
Este es el caso de El viaje, combinación de futurología, invención de una sociedad compleja y temerosa, diversidad de saltos temporales y mirada épica a través del héroe de la acción, Ciro, que como tal se comporta con los ingredientes que se esperan de cualquier guerrero, con independencia de que el relato se sitúe a finales del siglo XXI. El contrapunto sentimental necesario lo ocupará la amada heroína, Helena, en una trama que, fundamentalmente, pretende exhibir un modo de vida muy organizado dentro de una Tierra de ambiente desolador, triste y con un reguero de catastróficas contiendas. Y es aquí donde nuestro horizonte de expectativas imaginario, construido cinematográficamente para nutrir el subconsciente colectivo, traza de visualizar lo que el autor describe minuciosamente: la ciudadela Paraíso, un lugar nacido tras plagas y diversos combates contra bárbaros y mutantes —en los que se utilizaban “armas químicas y biológicas. La favorita era el SIDA, que se reforzaba poniendo al virus un gel que luego se esparcía por cualquier parte o, diluida, se utilizaba para contaminar el agua”—, y sus habitantes, simples supervivientes de un pasado que apenas se recuerda, como si únicamente hubiera que atender al presente y sus continuas y peligrosas exigencias.
Paraíso constituye una isla en mitad de un panorama desértico, una tímida esperanza de progreso para unas gentes confinadas a convivir en diversas áreas de trabajo, cada una de ellas comandadas por un guía: Salud, Tecnología, Guardia y Exploración, Recreación, Refacción, Educación y Alimentación. Son siete administraciones que funcionan para un bien común, en lo que todo se comparte en beneficio de la comunidad y que, habitualmente, el autor cita con sus siglas tanto para designar al área como al guía, por lo que el texto se llena de difíciles referencias que confunden un tanto nuestro entendimiento: ADESA, ADETEC, ADEX, ADEREC, etc., son términos que aparecen con precipitada urgencia antes de que hayamos podido asimilar del todo cada una de sus funciones a lo largo de la primera parte de la novela, titulada “El viaje”. En ella, Ciro habrá de vérselas con los vanderes, “que no son bárbaros ni mutantes”, sino poderosos androides militarizados dispuestos a conquistar todo lo que encuentren a su paso. Por ello, Paraíso preparará la huida de esa realidad agónica.
A las peripecias de Ciro con esos androides le sucederá “La historia de Branden”, en donde se cuenta el origen de este vander a la vez que surge una realidad aún liderada por el territorio norteamericano, en un periodo en el que las personas nacen a partir de un moderno sistema de reproducción y desarrollo, donde existen fábricas de robots, seres llamados No-Nacidos, y grandes uniones comerciales que han dado paso a alianzas de países en pos del poder económico mundial y al establecimiento de clases muy jerarquizadas, entre ellas los Subhumanos. Y en torno a todo este imaginario, una lengua preponderante, una versión del inglés actual, controla la comunicación global, aportando ese sentido unificador que recuerda, cómo no, a 1984. En la novela de George Orwell, su protagonista, Winston Smith, nos relataba un mundo fuertemente mecanizado, constantemente en alerta, que negaba la individualidad para configurar un sistema dictatorial. Precisamente esta atmósfera de represión, de imposibilidad de libertad y de elección de la especie humana, será lo que dé sentido a la obra de Rodrigo Antezana Patton, un pronóstico reservado de nuestro lejano futuro.