El espléndido
memorialista de “La invención de la soledad”, “A salto de mata” y “Experimentos
con la verdad”, impudorosamente atractivo, con una fuerza autobiográfica
incomparable, Paul Auster, en los últimos tiempos estaba desarrollando una
prosa de ese mismo cariz que a veces no ha hecho justicia a su gran carrera. En
2012, con “Diario de invierno” (2012), se revisaba a sí mismo a partir del
estudio de su cuerpo en la que consideraba la última estación de su vida. Aquel
texto, en algunas ocasiones superfluo –como cuando detallaba su enamoramiento
por su mujer– y casi siempre original y audaz, había sido la guinda al pastel
de una narrativa llena de aciertos, en lo que respectaba a literaturizar las
emociones, pero que naufragaba un año después con “Informe del interior”, donde
aparecía un Auster que había hecho un ejercicio memorístico demasiado
personalista: él de niño, adolescente, joven, mirándose al espejo de un hombre
ya en la sesentena.
El sabor amargo
de aquella obra se enfatizaba por el hecho de que Auster llevaba un
considerable tiempo sin publicar una novela –la última era la irregular “Sunset
Park” (2010)–, por más que en su caso las fronteras entre los distintos géneros
narrativos no están claras. Así, en los dos libros aludidos practicaba un punto
de vista en segunda persona que daba un toque estilístico muy atrayente en el
primer caso pero tedioso en el segundo. Nuestra esperanza ahora radica en que
aquellas nostalgias blandas e informativas que habían nutrido “Informe del
interior” desparezcan para ver de vuelta al narrador magistral de “La trilogía
de Nueva York”, “El Palacio de la Luna” o “El libro de las ilusiones”.
Tal cosa quizá
suceda el próximo septiembre, cuando Seix Barral publique su novela de muy
singular título, “4 3 2 1”, que acaba de aparecer en Estados Unidos y Reino
Unido, después de que todas las anteriores obras del Premio Príncipe de
Asturias de las Letras 2006 hubieran visto la luz en la editorial Anagrama
(salvo su «Poesía completa», ya en Seix Barral, 2012). Las informaciones al
respecto nos hablan de una historia en que Auster ahonda en uno de sus temas
clave: la red de coincidencias y simultaneidades que dan como resultado un
destino sorprendente en la vida de sus personajes. Un destino que, más allá de
entender, cabe aceptar afrontándolo con la aventura de embarcarse probablemente
en relaciones arriesgadas. “4 3 2 1” cuenta así cómo Archibald Isaac Ferguson,
nacido como el propio escritor en 1947, en un hospital de Newark, experimentará
una suerte de desdoblamiento con cuatro personajes más que comparten el mismo
nacimiento y ADN.
Como en muchas
de sus obras, aquí también habrá un paralelismo entre el sino de los personajes
y la historia de los Estados Unidos durante la segunda mitad de siglo XX; por
ejemplo, en cuanto a las reacciones de los personajes acerca de acontecimientos
señeros como las revueltas estudiantiles o el asesinato del presidente John
Fitzgerald Kennedy. Y todo con un Archibald que se convierte en cuatro
existencias «paralelas y totalmente diferentes», «cuatro chicos que son el
mismo chico». A vuelapluma, semejante argumento constituye todo un reto de
imaginación y estructura narrativa de primer orden para alguien que hace unas
semanas ha alcanzado los setenta años. Empieza la cuenta atrás a la espera de leerlo
en español: 4, 3, 2, 1…
Publicado
en La Razón, 28-III-2017